En tiempos tan complejos, mantener una buena actitud en el día no es fácil, y lo es menos cuando se trabaja atendiendo población durante toda una jornada laboral. Pero no puede ser esta una justificación para los malos tratos que en no pocas ocasiones recibimos de quienes nos brindan los servicios. Es cierto que hay personas amables, de esas que apuestan por el mejoramiento humano y la utilidad de la virtud; no obstante, cuando otras las opacan, queda el sinsabor de la mala respuesta, del desgano y de que los problemas carezcan de solución.
¿Dónde están mi mamá y mi papá?, le preguntó ella. Él me confiesa ahora, años después, que en ese momento ya no era la misma de siempre, de antes, de cuando su brillo en los ojos le inyectaba vivacidad y sabía bien su nombre, su dirección, la fecha en la que despertaba… y todo lo demás. Por eso le preguntaba por sus padres, fallecidos décadas atrás, y él comprendía que el olvido triunfaba cada vez más.
Al parodiar este conocido estribillo musical, no solo quiero evocar la memoria de la recién desaparecida bailarina y cantante Rafaela Carrá, quien hiciera del tema Fiesta un himno de alegría internacional. Uso esta frase para caer en el tema que en esta ocasión quiero abordar porque sé que muchos desean saber sobre algo que ha ido ocupando un tiempo importante en nuestras vidas.
Desde los días fundadores del presbítero Félix Varela y del poeta José María Heredia, los escritores y artistas cubanos han contribuido, con su obra y acción, al propósito de construir una nación soberana.
El borrador 22 del nuevo Código de las Familias ya está en la calle, y mucha gente aplaude sus artículos o se exalta por el modernísimo modo de describir y regular un funcionamiento que pretende ser válido para los más de tres millones de hogares que dan cobija a nuestras muy diversas intimidades en Cuba.
El barrio, ese espacio vivaz y mágico, cuna de los primeros amores y amistades, desde donde nos empinamos en busca de lo desconocido, deviene sitio entrañable hasta el nunca jamás, aunque este ocurra en el mismísimo planeta Marte.
Corría el año 1947 y ella volvía a la Patria cargada de honores, pero también de una antigua angustia. Ostentaba ya el rango de estrella máxima del Ballet Theatre de Nueva York, la compañía danzaria más prestigiosa de Estados Unidos; y la crítica más exigente la había proclamado como «la mejor Giselle contemporánea», pero su deseo mayor: desarrollar el arte del ballet en la tierra que la vio nacer, seguía siendo un sueño inconcluso. Le habían conferido altos honores como la Orden Carlos Manuel de Céspedes y el Título de Dama de la República; sin embargo, sus esfuerzos por lograr el surgimiento de una compañía profesional de ballet cubana, no encontraban eco en las esferas oficiales.
Cuando una ve tantas muestras de afecto hacia una persona, se convence de que vale la pena vivir así, a todo tren, sin medir intensidades, defendiendo el amor en que se cree. Cuando sabe que esa persona ya no estará, tiene necesariamente que ir a los sitios donde nunca faltará, para comprender entonces la esencia de su sobrevida, de su «más allá».
Un dato nos sacudió hace poco: en los primeros 15 días de agosto la variante Delta del nuevo coronavirus estaba en el 92 por ciento de las muestras procesadas.
La imaginaria humorística criolla tiene un clásico del cantinfleo, para cuando se está «contra las cuerdas», al que valdría la pena volver entre tantos dilemas sociales y políticos cubanos de estos tiempos.