Cuando una ve tantas muestras de afecto hacia una persona, se convence de que vale la pena vivir así, a todo tren, sin medir intensidades, defendiendo el amor en que se cree. Cuando sabe que esa persona ya no estará, tiene necesariamente que ir a los sitios donde nunca faltará, para comprender entonces la esencia de su sobrevida, de su «más allá».
Lo recuerdo en los días de Acela, cuando coincidíamos felices en cualquier actividad; cuando compartimos un premio y una foto juntos, con el Granma detrás; cuando escribir sobre Gino Doné —el italiano de la expedición— fue una propuesta que aún tenemos pendiente. Lo recuerdo en esos días felices en que Aida me recibía a la entrada de la Oficina de Asuntos Históricos de la Presidencia de la República, y luego salía él y me decía: «Mi´ja, ¿cómo va todo?» El mismo «mi´ja» de hace apenas una semana cuando logré capturarlo al teléfono y me dijo que estaba mejor, que iba a ver la novela y que podía visitarlo el sábado. Pienso y recuerdo muchas cosas… han sido varios años….diez…11…
Fue tan bueno compartir la alegría de hallar el documento que llevábamos rato buscando sobre Lilian, uno de los seudónimos de Celia; que si el Beretta lo usó o no en la Sierra; que cuál de todos los días fue que ella se apareció en Girón; que su misión logística en la Sierra estaba aún por escribirse al detalle; o salir a indagar por el recorrido de una ruta de guagua que ya no existe para definir en qué parada exactamente se bajó Fidel…
O aquella presentación en la Casa del Alba junto al querido combatiente dominicano Hamlet Herman; organizando los temas para nuestra cátedra Celia Sánchez o el Boletín Revolución; o en cada visita al cementerio los 11 de enero para rendir tributo allí, en el panteón de las Fuerzas Armadas, al alma de nuestra Oficina, a Celia, sitio que debemos visitar todos y colocar siempre una flor en el nicho 43 para renovar el compromiso de seguir cuidando la Revolución.
Vivió sus ocho décadas muy bien vividas, feliz, con una familia linda, con un amor hermoso y con una lealtad a sus principios, que lo hicieron querido en cada sitio donde estuvo. Lleno de ideas, hasta el último minuto, que compartía para impulsarlas: desde temas sobre Fidel, Raúl, Celia… hasta la presencia reciente de nuestra Oficina en las redes sociales. Rojo convencido, verde olivo de corazón, doctor, maestro, compañero, papá, abuelo, amigo…
Aprenderé siempre de su vida y de cada consejo. Agradeceré siempre su espera… la espera que me hizo posible este año realizar aquel sueño pospuesto de ser su subordinada, su compañera de trabajo cerquita, aunque desde hacía varios años ya era mi tutor, mi profe.
Agradeceré cada conversación —a veces monosilábica por whatsapp—, que devenía merecido cocotazo o luz verde para seguir. El abrazo a Eugenio —Eugenio Suárez Pérez, quien fuera al morir director de la Oficina de Asuntos Históricos de la Presidencia de la República—, mi profe, a quien le debo la felicidad infinita de estar en un sitio donde ser útil es mejor que ser príncipe. Es difícil… la ausencia, sobre todo, que nos viene encima. Pero el honor de haberle conocido compromete más, y aprendido está que cuando un compañero cae, la misión es que su fusil siga cantando y con destino ensanchado… Esa es la certeza de que nos sigue acompañando. (Tomado del blog personal Patria y amor)