¿Dónde están mi mamá y mi papá?, le preguntó ella. Él me confiesa ahora, años después, que en ese momento ya no era la misma de siempre, de antes, de cuando su brillo en los ojos le inyectaba vivacidad y sabía bien su nombre, su dirección, la fecha en la que despertaba… y todo lo demás. Por eso le preguntaba por sus padres, fallecidos décadas atrás, y él comprendía que el olvido triunfaba cada vez más.
Le fue difícil entenderlo. Ningún hijo imagina que a partir de un día la memoria de su madre abandonará su cuerpo, poco a poco. Vivir junto a ella de esa manera le mantenía alerta, prevenido, temeroso, dedicado, angustiado… Fue mucho tiempo, fue triste, me dice. Y quizá lo peor fue descubrirse en la cocina, preparándole el almuerzo, sirviendo la mesa para ella, cuando ya habían transcurrido días desde su muerte.
No solo ellos pierden la memoria, los enfermos, sino que sus cuidadores pierden toda noción de algo más. Hoy puede contarlo sin lágrimas, pero no se ausenta el trago seco de saliva que le entrecorta el habla, el dolor hacia dentro… Era su madre, fue ella quien perdió vida dentro de su cabeza, paulatinamente. Nunca se está listo para eso. Y usted que me lee, con una experiencia similar en su familia o no, lo sabe.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) calcula que más de 55 millones de personas viven con demencia y pronostica que esta cifra aumentará a 78 millones para 2030. En Cuba, 160 000 personas padecen de demencia, de las cuales el 70 por ciento sufre Alzheimer, precisó el doctor Alberto Fernández Seco, jefe del Programa Nacional de Atención al Adulto Mayor, Asistencia Social y Salud Mental del Ministerio de Salud Pública, quien subrayó que la demencia representa el diez por ciento del total de los adultos mayores después de los 65 años.
Se trata de cuidar a un adulto mayor, como otro, que puede no tener este diagnóstico. Pero en estos casos es diferente. Como expresara el Doctor Tedros Adhanom Ghebreyesus, director general de la OMS: «La demencia roba a millones de personas sus recuerdos, su independencia y su dignidad, pero también nos arrebata a los demás a las personas que conocemos y amamos».
Por cada una de las personas aquejadas con esta dolencia, al menos dos familiares también se «enferman». La vida cambia en el hogar. Debe cambiar. Paciencia no puede faltar, sobre todo porque el aprendizaje para convivir con estas personas es cotidiano.
No existe ningún tratamiento que pueda curar alguna demencia o revertir su evolución progresiva, aun cuando se realizan investigaciones al respecto constantemente. Advierten los especialistas que la huella de la COVID-19 en el cerebro incrementa la probabilidad de desarrollar demencia, que sabemos es la primera causa de discapacidad en personas mayores y la mayor contribuyente de dependencia, necesidad de cuidado, sobrecarga económica y estrés sicológico en el cuidador.
El titular de la OMS insta a «una acción concertada para garantizar que todas las personas con demencia puedan vivir con el apoyo y la dignidad que merecen». Cuba trabaja en una estrategia nacional de intervención para la enfermedad de Alzheimer y los síndromes demenciales, y para romper además con el estigma que les rodea es necesaria la participación de todos.
Algunos expertos refieren que la buena salud de la función cognitiva es lo que podría contribuir a evitar sufrir de esta enfermedad, por lo que recomiendan ejercicio físico regular, mantener conexiones sociales y fomentar la realización de actividades que entrenen la función cerebral.
No obstante, puede suceder que nos «toque» una vivencia de este tipo. Reitero, buscar ayuda especializada es un primer y necesario paso. El país cuenta con los profesionales preparados para orientar, sugerir, atender, asistir… Pero se requiere fuerza, entereza y valor para seguir adelante.