Es cierto que entre los que buscan destruir la Revolución Cubana y revertir el proceso de construcción de justicia social de los últimos 60 años hay muchos que no saben lo que quieren. Reaccionan con rabia primitiva, o con arrogancia intelectual, a las dificultades del presente sin preguntarse de dónde vienen y sin formular alternativas. Pero hay otros (aquí y afuera) que sí saben perfectamente lo que quieren, y son los que manipulan a los primeros.
Que no se engañe nadie: lo que quieren es la expansión de las desigualdades sociales en Cuba, y por supuesto, caer ellos del lado de los pocos beneficiados en esas desigualdades.
Es eso lo que traería a nuestro país un proceso (gradual o abrupto) de restauración del capitalismo. Porque es eso exactamente lo que ha hecho el capitalismo en todos los lugares y en todos los tiempos, desde hace más de 300 años: crear y amplificar desigualdades sociales.
Pero pospongamos (por ahora) la arenga de barricadas, y volvamos a la frialdad de los datos verificables.
Es el capitalismo el modelo económico socialmente fracasado que ha conducido a las desigualdades de hoy, en que el uno por ciento más rico controla la mitad de los activos en el mundo, mientras que el 50 por ciento «de abajo» colectivamente posee menos del cinco por ciento de riqueza global. El 0,1 por ciento de la población mundial (los superricos) posee el 20 por ciento de la riqueza global. Si el Presidente de Estados Unidos quiere hablar de «un sistema fallido», debería empezar por reconocer y explicar ese fallo colosal del capitalismo.
Las desigualdades producidas por el capitalismo mostraron una tendencia creciente durante el siglo XIX. Esta tendencia se interrumpió por las grandes tragedias de las guerras mundiales y entonces, en las tres décadas siguientes a la 2da. Guerra Mundial se produjo una contracción de las desigualdades, conducida por las políticas del Estado de Bienestar implantadas por la socialdemocracia europea, en no poca medida presionada por el ejemplo de justicia distributiva de la ex-URSS y el campo socialista. Las políticas de esos 30 años en los países capitalistas desarrollados incluyeron en diferentes combinaciones nacionalizaciones, educación pública, sistema público de Salud, e impuestos progresivos. Son precisamente estas las políticas que los ideólogos del capitalismo les critican hoy a los proyectos socialistas. Esas políticas aun sin llegar a plantearse superar el capitalismo, le impusieron límites durante un tiempo a la expansión de las injusticias sociales.
Pero después todo volvió a cambiar, y no para bien. Las desigualdades volvieron a crecer a partir de los años 80 como consecuencia de las políticas neoliberal impuestas por gobiernos de Ronald Reagan en Estados Unidos y de Margaret Tatcher en el Reino Unido, etapa que se conoce como «la revolución conservadora».
A América Latina le impusieron esas políticas neoliberales a través de las dictaduras militares, principalmente en el cono sur, y se ampliaron las desigualdades a niveles indecentes. En esa misma etapa, Cuba las redujo.
Las desigualdades sociales tienen un componente de diferencias «entre países» y otro componente de diferencias «dentro de los países».
Actualmente las desigualdades entre países son el componente principal, pero cuando se explora la distribución de la riqueza al interior de las sociedades se aprecia también un incremento de las desigualdades, especialmente en los países de menor desarrollo. Así por ejemplo, el 10 por ciento más rico de la población recibe el 54 por ciento de los ingresos totales en África subsahariana, el 65 por ciento en África del Sur, el 56 por ciento en Brasil y el 64 por ciento en el Medio Oriente.
La cantidad absoluta de personas viviendo en barrios marginales en los países pobres creció de 650 millones a 863 millones entre el año 1990 y el 2012.
Y no se trata solamente de desigualdades en la riqueza. Estas se convierten también en desigualdades educacionales. En Estados Unidos, por ejemplo, hay una clara relación entre la probabilidad de acceso de un joven a la educación superior y el nivel de ingreso de sus padres: el acceso a la educación superior es apenas 20 por ciento para las clases más pobres, y llega a 90 por ciento para los más ricos. La desigualdad en el acceso a la educación propaga las desigualdades sociales a las próximas generaciones.
Eso, o peor, es lo que quieren para Cuba quienes manipulan en las redes sociales las realidades cubanas, y los que les pagan a ellos.
Y lo quieren porque en todas las sociedades desiguales siempre ha habido una pequeña élite que se beneficia de las desigualdades y las perpetúa.
Pero eso no es lo que queremos la mayoría de los cubanos. Lo que quiere esa inmensa mayoría, que resiste y construye en Cuba, es lo que está en la Constitución que aprobamos en 2019, con el 86,85 por ciento de los votos, y que dice en su Artículo 1: «Cuba es un Estado socialista de derecho y justicia social, democrático, independiente y soberano, organizado con todos y para el bien de todos como república unitaria e indivisible, fundada en el trabajo, la dignidad, el humanismo y la ética de sus ciudadanos para el disfrute de la libertad, la equidad, la igualdad, la solidaridad, el
bienestar y la prosperidad individual y colectiva».
Los cubanos que construimos Cuba sabemos muy bien lo que queremos, y lo que no queremos. Y la verdad es que somos muchos.
(Tomado del blog personal del autor)