El 23 de agosto de 1889 nació Emilio Roig de Leuchsenring. Recordado, sobre todo, como historiador de la ciudad, su proyección en la sociedad y cultura cubanas desbordó esa obra fundadora, sin duda importante. Sus empeños se unieron a los esfuerzos de la generación emergente, surgida a principios del siglo XX con el propósito de rescatar la esperanza en el país, luego de la frustración causada por la intervención norteamericana al cabo de 30 años de lucha a favor de la independencia.
Estaban decididos a sentar las bases de una resistencia cultural contra el retraimiento asumido por sus predecesores y marcar con su impronta el espacio público con un espíritu renovador que intentaba remover, a la vez, las costras del coloniaje en la política y en el terreno de la creación artístico-literaria.
Como suele suceder en estos casos, todo comenzó con el agrupamiento casual de algunos jóvenes inquietos en tertulias del café Martí, a la salida del teatro. Observaban con desolación el estancamiento de la poesía modernista. Buscaban otros horizontes, con la mirada puesta en Europa, donde había tomado forma el movimiento vanguardista en los campos de la literatura, las artes plásticas y la música. Entre ellos se encontraba el también muy joven poeta Rubén Martínez Villena.
A la insatisfacción con la situación de las artes se añadía el rechazo al panorama desolador que mostraba la política nacional. Impulsados por la necesidad de actuar ejercieron el periodismo. Rubén encabezó la Protesta de los Trece contra la corrupción imperante bajo la presidencia de Alfredo Zayas. Poco faltaba, sin embargo, para que abandonara sus versos, tal y como lo afirmó en polémica sostenida con Jorge Mañach, para dedicarse por entero a la causa del socialismo. Antes de hacerlo, había bosquejado el programa cultural del Grupo Minorista.
Emilio Roig hubiera podido acomodarse al disfrute de las ganancias derivadas de la administración de un prestigioso bufete de abogado. Optó, en cambio, por responder al llamado de una vocación de servicio. Desde su tempranísima juventud practicó el periodismo en publicaciones de la más diversa naturaleza. En sus artículos de Carteles, revista de amplia difusión, sostuvo con valentía una posición crítica ante la tiranía de Machado. También tuvo a su cargo la redacción de la revista Social, en la que desempeñó un papel decisivo en respaldo a la renovación vanguardista de las artes y las letras.
Deseoso de contribuir por todas las vías al crecimiento de una conciencia ética y ciudadana, rescató la tradición costumbrista, tan eficaz en la configuración del perfil del criollo durante el siglo XIX cubano. Con su autoridad y prestigio bien ganados, su personalidad se proyectó como eje articulador del activo y heterogéneo Grupo Minorista.
Más allá de los habituales almuerzos sabatinos en el Hotel Lafayette, el agrupamiento de los jóvenes intelectuales de la época, fiel al programa diseñado por Rubén Martínez Villena, canalizó el intercambio con sus similares de otros países de nuestra América, comprometidos también con la transformación de la cultura y la formulación de un pensamiento político antimperialista y antioligárquico, de reafirmación nacional y justicia social.
El radicalismo de los minoristas no escapó a la vigilancia de Gerardo Machado, acorralado ya por la creciente oposición a su proyectada prórroga de poderes, quien involucró en una supuesta conspiración comunista a la Universidad Popular José Martí y a los integrantes del minorismo. En 1927, a la salida del bufete de Emilio Roig, fueron detenidos Alejo Carpentier y José Antonio Fernández de Castro.
A lo largo de la República neocolonial, la necesaria resistencia cultural convirtió la investigación histórica en arma de combate. Algunos extrajeron del olvido las memorias de la guerra. Con Azúcar y población en las Antillas, Ramiro Guerra reveló en la instauración de la economía de plantación la clave del dramático legado colonial que todavía pesa sobre nuestras naciones a través del lastre subdesarrollante de sus formaciones estructurales.
A los nostálgicos del dominio español, refugiados en las páginas del Diario de la Marina, se añadía la insidiosa presencia de nuevas formas de anexionismo que se manifestaban en la prensa e intentaban penetrar el ámbito de la educación. Al enfrentamiento del anexionismo rampante, dedicó Emilio Roig lo fundamental de su obra de historiador. Cuba no debe su independencia a los Estados Unidos sigue siendo un texto clásico que conserva plena vigencia.
Lo recuerdo todavía. Era yo muy joven entonces. Estaba a punto de iniciar mis estudios en la Universidad. Inquieto siempre, podía manifestarse en términos explosivos como lo hizo en ocasión del ultraje de los marines norteamericanos a la estatua de José Martí en el Parque Central.
En las noches silenciosas de la Plaza de la Catedral, bajo los portales del Palacio de Lombillo, organizaba ciclos de conferencias sobre historia de Cuba. Aquellas charlas despertaron mi interés por conocer los vericuetos ocultos de la historia de mi país. De ese modo, Emilito proseguía, incansable, su prédica emancipadora.