No puedo respirar. No puedo. ¿Y ahora qué hacemos si se ha ido el más noble de los periodistas cubanos? ¿Cómo escribir bajo el nocaut? ¿Cómo emerjo? Voy a decirlo sin ambages: yo lo quería.
Cuba entera lo quería.
El periodismo nos hizo colegas. El periodismo cultural nos hizo entrañables. La vida nos ganó una amistad que recorría presurosa los kilómetros de La Habana a Santiago. Ida y vuelta. Enlazaba al país con su sonrisa. Y me acostumbré a una llamada a cualquier hora, a una petición expresa, a un mensaje. Tengo uno de ahorita, de hace poco, camino a terapia intensiva.
El aire, el aire, el aire le faltaba…
Me gustaba pincharlo. José Luis sumaba unas anécdotas increíbles, te las contaba con generosidad, con brillo. Soltó una de esas, durante un taller de Periodismo Cultural en la Casa del Joven Creador de Santiago de Cuba. Soñaba con entrevistar al mítico bailarín Julio Bocca, ¿quién no? Le insistió, lo gardeó, lo logró. Y el diálogo transcurrió… en el salón de masaje. Había que escuchar su descripción del ambiente, y de pronto las palabras llegaban estiradas, ardientes, olorosas, balsámicas.
José Luis Estrada Betancourt era un ser sin escondrijos, sin tibiezas.
Tengo en mis manos su libro El mundo baila en La Habana, donde incluye su conversación con Bocca. Dedicado de su puño y letra. Le pregunté si alguna vez quiso ser bailarín. Me miró de arriba abajo, de abajo arriba y sacudió sus libras. Pues, has hecho el Grand jeté del periodismo cubano, le dije.
Las entrevistas eran su fuerte. Se lanzaba a escrutar con respeto, pero con firmeza. Su mirada plural le alejó del manierismo, de los enquistes geográficos, de los cenáculos. Tenía un desasimiento de sí mismo que solo es dable encontrar en las almas superiores. Y nunca se olvidó de donde vino, ese terruño tunero no se cansa de parir noblezas.
Lo regañé varias veces, porque iba de una cosa a la otra, sin tregua. Se lanzaba al papel, a la historia, como una misión, como un éxtasis. Abrió las páginas de Juventud Rebelde a la creación y a los creadores. A conciencia, a lo grande. Lo suyo es más que periodismo, es un capítulo de la cultura cubana, trenzado día por día, tejido con altura.
Quiero gritar, quiero salir corriendo, quiero decir obscenamente lo que siento; pero sé que tú no lo permitirías. Que te irías a un rincón, papel y lápiz; que harías un chiste, escogerías la foto, pondrías el titular. Y al otro día, al abrir el periódico, al ver tu nombre, sabríamos que no hay fin.