En una carta con las instrucciones para la guerra necesaria, Martí despidió al que consideraba su hermano negro de esta manera: «Adiós, para tener tiempo de todo, de echarme en sus brazos, de decirle que le entendí de muy atrás el alma clara, y para mí amadísima. Usted es uno de mis orgullos…».
No llueve en la República Popular Democrática Lao. La cosecha se pierde. Los precios de los alimentos suben. Vienen días de hambre. Las fichas del dominó se estrellan una por una, como si nada pudiera detenerlas. Los campesinos, como los de cualquier otra parte del mundo, sufren el cambio climático, y aunque quizá no puedan explicárselo en términos científicos exactos, viven todos los días sus consecuencias.
Presumo de ser uno de los afortunados mortales que vino al mundo con un libro por almohada. Tan pronto aprendí a buscarle sentido, hallé en sus páginas mi refugio favorito. Hoy, parte de mi tiempo transcurre aún junto a ese leal amigo de quien dijo Settembrini, un personaje de La montaña mágica, de Thomas Mann: «A menudo en tu vida te encontrarás con que un libro es mejor amigo que un hombre». Puedo blasonar, además, de que mi pequeña biblioteca es como mi biografía, porque guardo en sus estantes un libro para cada momento de mi vida.
Se corre el peligro de que el bosque nos impida ver los árboles. Me arriesgo nuevamente a violentar el contenido recto de una frase sustancial del Che, en su análisis sobre el Socialismo y el hombre en Cuba.
No hay como el Gran Teatro de la Vida. Ese donde los palcos, las cortinas, los adornos y las luces no son más que el puro cromatismo de la existencia.
Nada nuevo bajo el sol en Estados Unidos si de espionaje a su ciudadanía se trata. Cuando el régimen de George W. Bush, el hijo, instauró la Ley Patriótica bajo el pretexto de la Guerra contra el terrorismo, con ella las agencias de inteligencia desbordaron cualquier atisbo de protección a los derechos civiles de los estadounidenses; pero se pensó a su partida de la Casa Blanca que las aguas tornarían a su lugar y, por tanto, nada de excesos.
El repentismo, si divertido en las controversias y canturías guajiras, no suele pasar a los libros, salvo los de algún improvisador excepcional que componiendo igualmente una excepción, obligue a los críticos a registrar sus improvisaciones. En lo económico, lo social o en lo político pasa lo mismo. Pero si en el arte, improvisar, aunque sea un disparate, es un acto inofensivo, aunque risible, en todo cuanto se relacione con la sociedad puede derivar hacia el error, lo fallido… Incluso lo trágico.
Ya la euforia mediática con respecto a Egipto ha menguado. Ahora la mayor atención se centra en Libia. Cada nueva oleada de protestas en la región es interpretada por las diferentes agencias internacionales como mayor que la anterior. Y ya nadie se acuerda de Hosni Mubarak.
En el fútbol se sancionan las patadas de un defensa a un delantero provisto de buen olfato goleador, y en muchas ocasiones un golpe o empujón deviene último recurso para abortar una peligrosa jugada de ataque rival.
Aunque todavía faltan 20 juegos para los play off de la temporada beisbolera, ya mucha gente anda con la cabeza mala, como dice el contagioso estribillo de los Van Van. Sobre todo, porque Industriales y Santiago siguen con la soga al cuello.