«Si borras esto, podrás mendigar». Así comenzaba aquel mensaje que recibí hace varios años por correo electrónico con la acotación subsiguiente de que si lo enviaba a un número determinado de amigos sería rico en «cuatro días», y si lo remitía al doble de personas tendría prosperidad inigualable «en solo dos días».
Una revolución se funda sobre la amplitud y la plenitud de la justicia, no sobre una cadena de favores. Ello debe ser luz en el sueño de Cuba, pero no faltan sombras que intenten opacarla.
A veces la vida duele. La vista devuelve imágenes terribles. Las palabras exactas para la descripción se resisten. Japón: tierra arrasada y seres humanos como fantasmas, sin techo, asolados por el frío, sin agua potable o electricidad, pero sobre todo atormentados silenciosamente por ese dolor punzante que solo provoca la pérdida. Sobreviven.
«Los suspiros se escapan de su boca de fresa, que ha perdido la risa, que ha perdido el color», añade el poeta, en unos versos que le quedan pintados a la canciller federal alemana Ángela Merkel, quien, nada más enterarse de que la central nuclear japonesa de Fukushima está al borde de causar una catástrofe, decretó la paralización por tres meses de siete plantas atómicas germanas.
Veamos si esta pregunta es obvia: ¿Nos hace falta la bondad? Cualquiera de mis lectores podrá decir que la bondad nos desborda, y por tanto lo que acabo de preguntar carece de sentido. En segundo turno, digo que, como lo creo útil, continuaré preguntando, más bien afirmando: Sí; nos hace falta la bondad.
Los acontecimientos que en las últimas semanas han estado ocurriendo en el norte de África y la reacción que ante los mismos han tenido Estados Unidos y los países europeos, me traen a la mente aquello de «haz lo que yo digo, pero no lo que yo hago», y esa otra frase de que «todo es según el color del cristal con que se mire».
Alguien dijo que si le hubieran preguntado a Martí cuál era su profesión, habría respondido: «¡periodista!». Y es que en su obra, la llamada prosa de prisa devino recurrencia desde que, con solo 16 años, lanzó El Diablo Cojuelo para satirizar al colonialismo español, y más tarde La Patria Libre, el semanario donde publicó su poema patriótico Abdala. De los 28 tomos de sus Obras Completas, la mayoría son trabajos extraídos de periódicos y revistas de la época.
«El dinero es la gran prueba de la vida», me dijo un amigo queridísimo tocado por la intención de regalar una idea en cuya brevedad no hubo espacio para matices, pero en cuya rapidez de relámpago pude saborear el espesor de la sabiduría.
El macilento caballo se resistía a avanzar. Y el carretonero, urgido por quién sabe qué ganancia de tiempo o dinero, la emprendió contra el animal a plan de machete, ante los ojos atónitos de los vecinos del barrio. Mientras más el animal se refrenaba, con mayor fuerza caía sobre él la rabia del amo, quien se sentía ridiculizado en su poderío sobre el cuadrúpedo. ¿Quién sería la verdadera bestia en ese instante, el que invirtió las escalas del reino animal en un barrio de La Habana?
Parece que hablábamos ayer del Día de la prensa cubana y ya nos hallamos ante la misma fecha, como si el 2010 se hubiera deslizado sobre un trineo nieve abajo. ¿Y porque el tiempo nos produzca la sensación de resbalar como vasija entre dedos engrasadas, tendremos que decir anualmente lo mismo? Quizá en ese temor a decir lo mismo radica uno de los conflictos de los periodistas.