EL mundo del periodismo no puede vivir sin erratas. Esas pequeñísimas convulsiones que nos recuerdan, a la prensa y a los periodistas, que somos falibles.
EL verano suda excesos. Se empapa de adrenalina y desenfreno. Asomado a un imaginario mirador del planeta desde una estación orbital, en estos días estivales uno podría distinguir con más fuerza cómo se exacerban en la Tierra los efectos del desmedido trato que el ser humano ha dispensado a la Naturaleza y a sí mismo como domador de aquella.
Llegué a pensar que en este planeta de yerros y dislates no existían personas imprescindibles; que la vida podía continuar su hilo si, en una coyuntura equis, faltaba cualquiera de los mortales residentes en la Tierra.
«¿USTED va a escribir eso, periodista?», pregunta la mujer, como advirtiéndome que cosas como esas no deben divulgarse, aunque cuantos pasen por ahí se enteren. Estamos en El Rincón Moderno, cafetería, restaurante, especie de parador que desde hace decenas de años, con una fortuna inestable, ofrece sus servicios a los viajeros que transitan por la Vía Blanca principalmente hacia Matanzas, Varadero y Cárdenas.
Ninguna otra ciudad es la más apropiada para celebrar este 4 de Julio —por reflejar mejor el avieso estado en que se encuentra el país— que este circo de múltiples pistas que es Miami. Durante semanas recientes, este terrible circo que es nuestra ciudad vuelve a acaparar los titulares de la prensa nacional e internacional por hechos que aquí han acontecido que ahondan lo viciado de su situación.
Él no hizo la cola del supermercado. Ladró en italiano y se coló, mejor que cualquier cubano, a la fuerza. Pagó su mercancía. No le dio un céntimo de propina a la cajera y ni siquiera las gracias por su amabilidad. Los que estábamos en la fila lo miramos, como fantasmas, y aceptamos aquello como algo natural.
En el octavo capítulo del Libro Segundo de La Ciudad de Dios, San Agustín fustigaba la degradación de Roma: «Fue sin duda demasiada soberbia y atrevimiento (de los romanos) respetar la fama de los principales ciudadanos, cuando sus dioses quisieron no se respetase su propio honor».
La figura del trabajador social se hace cada vez más cotidiana. Las acciones de este contingente de jóvenes nacidos con la Revolución por partida doble (por su fecha de nacimiento y por ser producto de los programas de la Batalla de Ideas) se extienden por todo el país. Son esperanza y apoyo. También confianza y compromiso. Se han preparado técnica y políticamente para participar en una lucha sin cuartel a favor del bienestar y la felicidad. Y para eso cuentan con un poderoso instrumento de trabajo: su comportamiento, en el que no solo tienen un factor de facilitación en la solución de algunos problemas que aquejan a las personas con las que trabajan, sino sobre todo un referente de conducta cívica, ciudadana, que invita a ser «imitado».
Las esquinas donde convergen calles céntricas o que se ubican cerca del corazón palpitante de las ciudades o de las pequeñas comunidades, resultan preferidas por los negociantes, en cualquier lugar, al estar justamente en el camino del transitar numerosísimo.
Cuando no te hace reír, el humor, al menos, te deja pasmado. Días atrás, desde una casa, un equipo de música expandía a bocina batiente la voz de un humorista. Allí estaba el jolgorio de los que oían la grabación. «¿De qué se reirán?», pensamos. Y de pronto apareció el chiste con su mala palabra. Uno de los asistentes abrió los brazos y dijo: «Verdad que es un bárbaro. ¡Oye eso!».