La publicidad nos rodea por todas partes —en la calle, en las revistas y periódicos— y nos fuerza a ser más consumidores que ciudadanos. Hoy todo se reduce a una cuestión de marketing. Una empresa de alimentos genéticamente modificados puede comprometer la salud de millones de personas. No tiene la menor importancia, si una buena maquinaria publicitaria es capaz de lograr que la marca sea bien aceptada entre los consumidores.
La indiferencia mundial ante el genocidio perpetrado por el gobierno israelí en Oriente Medio, primero en Gaza y ahora en Beirut y el sur del Líbano, es una elocuente prueba de la descomposición moral de los líderes del «mundo libre y las democracias occidentales». Toleran y apañan una masacre que, desde el punto de vista del derecho, hace retroceder a la humanidad casi cuatro mil años, a épocas anteriores al Código de Hammurabi —siglo XVIII antes de Cristo—- y en el que se estipulaba que sus leyes debían evitar que «el más fuerte oprimiese al débil» y garantizar que «la justicia acompañe a la viuda y al huérfano».
Si usted creía que una conflagración mundial a gran escala en este siglo era una idea propia de una profecía bíblica, de la ciencia ficción o de las novelas apocalípticas, piénselo de nuevo.
Jesucristo está considerado entre los primeros en argumentar el estado de necesidad, ese principio jurídico tan actual como controversial, mientras George W. Bush debería pasar a la historia como el primero por su «estado de necedad».
Acabo de apagar el televisor. Otra película sobre extraterrestres, sobre unos individuos que aterrizaron en medio de la noche en una autopista norteamericana, y provocaron que un chofer saliera de la vía hacia una cuneta. Aún medio inconscientes él, su esposa y su hijo, los extraños visitantes se los llevaron al interior de la nave e hicieron unos cuantos experimentos con ellos.
¿Cuánta sangre, sexo y horror debe exhibir una película de aventuras para ser digna de aparecer en el espacio vespertino de los sábados, en el Canal Educativo de nuestra televisión?
Llevo en mi lado izquierdo un crespón: estoy de duelo. Y por tanto esta columna también. Hace unos días supe que Marat Simón Pérez-Rolo había muerto el pasado 30 de junio. Marat era mi amigo. Recuerdo aquella tarde, quizá de 2001, en que vino a JR para conocerme personalmente. Nos tratábamos por carta. Pero a partir de ese momento, todo fue más íntimo, sincero…
Lo que tienen que hacer es lograr que Siria logre que Hezbollah deje de hacer esta mierda, y se acabó (what they need to do is get Syria to get Hezbollah to stop doing this shit —and it’s over), le dijo George W. Bush a Tony Blair en un encuentro del G-8 en San Petersburgo. El «ellos» (they) alude a Condoleezza Rice y a Kofi Annan, dos encumbrados de raza negra a quienes Bush considera sus sirvientes, y «la mierda» es el lanzamiento de cohetes por la milicia chiíta sobre localidades del norte de Israel, o tal vez al ataque con un misil que dio en el blanco de un buque de guerra israelí que bombardeaba las costas de Líbano, o acaso a la captura y muerte de soldados de Tel Aviv que se encontraban en territorio del país vecino. Como puede apreciarse en el fragmento de video difundido por la CNN, Bush estaba sentado y masticaba un pedazo de pan con mantequilla mientras hablaba, y tenía a su lado a un primer ministro inglés parado en una pose tan servil que más bien parecía el mesero.
La tragedia pudo ocurrir en cualquier instante en el tramo de la carretera de Santa Clara a la localidad de Hatillo, como consecuencia de un hecho insólito y escalofriante. Estaba en juego la vida de muchísimas personas.
La meteorología política de Estados Unidos anda de huracanes. El tremendismo es su plato fuerte. Los televidentes norteamericanos deben haberse aguantado de los brazos de la silla cuando escucharon la semana pasada que el gobierno de Venezuela está ayudando a los terroristas de Al Qaeda, Hamas y Hezbollah a entrar en los Estados Unidos con pasaportes falsos.