Hace días que me sentía en el compromiso humano de escribir algo sobre Eddy Martin. Los avileños me lo pedían en la calle de modo que decidí hacerlo cuanto antes. No lo había hecho debido a que quería tomar testimonio de algunos sus mejores amigos. Ante la imposibilidad de contactarlos, por diversas razones, amanecí hoy con la convicción de que iba a escribir antes de que algo sucediera, dados los intermitentes rumores que llegaban. Por esos misterios que la vida tiene, comenzaba yo a escribir a la misma hora en que el colega fallecía en La Habana: 6:30 de la mañana. Y luego de enviarla al diario me fui a la calle donde me bofeteó la noticia. Siento que esta inyección de amor, preparada con el cariño y la admiración del pueblo de Ciego de Ávila, no llegara a tiempo. Sean entonces estas palabras, sencillamente, el homenaje póstumo de un pueblo que tuvo y tiene en él a uno de sus más fieles hijos.
Escribo esta nota con el alma todavía en el Océano Atlántico. Acabo de llegar a la Isla, después de unos días de trabajo en Barcelona, y si mi alma anda con retraso se debe a que mi cuerpo no se ha recuperado de los aeropuertos en estado de máxima alerta.
Ehud Olmert, el primer ministro israelí, habló al Kneset (Parlamento) sobre un «duro golpe» contra Hizbolá, al tiempo que Hassán Nasrallah, líder del grupo chiita libanés, subrayó la «victoria estratégica» contra Israel.
Barcelona, ESPAÑA.— Cuba se negó a ser el tema de la telenovela del verano. Así de simple. Aunque todos los periódicos tejen y destejen unas pocas citas y un par de hechos —la operación de Fidel y el provisional traspaso de poderes—, no dicen nada nuevo, no tienen nada que añadir.
Cientos de páginas, millones de caracteres, dossier, portadas, galerías fotográficas, crónicas, análisis. Por más de una semana, el mundo periodístico se ha concentrado en Fidel. En todas las lenguas y desde todas las geografías escriben, reconocidos intelectuales o noveles reporteros. Todos quieren hacer la crónica trascendente del hombre que desafió al más grande imperio de la historia, del líder que, a pura fe en el género humano y en su afán de justicia, logró rescatar a la utopía universal del suicidio real-socialista del siglo XX para traerla viva y esperanzada hasta el siglo XXI.
AHÍ está Fidel, sereno y sabio —«culto por antonomasia, y lo que no sabe se lo imagina», dice de él, con definición precisa del conocimiento y de la cultura del dirigente revolucionario, Carlos Poblete Ávila—, enseñando a su pueblo a transitar por su ausencia. Fidel, que simboliza casi perfectamente a Cuba en una doble identificación de ida y vuelta con su pueblo.
Esa última semana, por razones obvias, me he puesto a leer algunas páginas que se difunden desde Miami. El viernes pasado elegí una pieza que merecía el comentario. Ayer encontré esta otra, que cito en sus párrafos más llamativos: «Claire Weinbach recuerda una Cuba en la que las familias pasaban los fines de semana disfrutando del mar cristalino, los niños jugaban en los verdes parques y los seres queridos se reunían para disfrutar de espléndidas comidas. Weinbach tiene 76 años y es judía, nacida en Bélgica, y dice que algunos de sus mejores recuerdos son de los nueve años que vivió en la Cuba precastrista, un lugar que ella describe como “el paraíso”. “Llegué a La Habana y me enamoré de la ciudad”, dice Weinbach, que ahora vive en Hollywood. “Allí todo el mundo amaba la vida”».
«Ser bueno es el único modo de ser dichoso».José Martí
Cuenta la escritora Isabel Bornemann la historia de dos niños de Hiroshima que, en medio de las tensiones bélicas de los años ’40, tenían una relación de amistad idílica. Al límite de no anhelar la llegada de las vacaciones de verano para no sufrir la separación.
1-A las dos de la tarde del 9 de abril de 1948, un joven cubano que asiste a un encuentro estudiantil en Bogotá sale para entrevistarse con Jorge Eliécer Gaitán. En la calle una muchedumbre grita: «¡Mataron a Gaitán!», destruye vitrinas, entra en comisarías donde los policías le reparten fusiles. Comienza una balacera. El joven, que había pensado morir por Cuba, reflexiona: «Bueno, el pueblo aquí es igual que el pueblo de Cuba, el pueblo es el mismo en todas partes, este es un pueblo oprimido, un pueblo explotado, le han asesinado al dirigente principal, esta sublevación es absolutamente justa, yo voy a morir aquí, pero me quedo». El joven Fidel Castro aprende su primera lección: cada vez que el pueblo cree en un guía, le asesinan la esperanza. Toma un fusil, y entra en combate.