Barcelona, ESPAÑA.— Cuba se negó a ser el tema de la telenovela del verano. Así de simple. Aunque todos los periódicos tejen y destejen unas pocas citas y un par de hechos —la operación de Fidel y el provisional traspaso de poderes—, no dicen nada nuevo, no tienen nada que añadir.
Cientos de páginas, millones de caracteres, dossier, portadas, galerías fotográficas, crónicas, análisis. Por más de una semana, el mundo periodístico se ha concentrado en Fidel. En todas las lenguas y desde todas las geografías escriben, reconocidos intelectuales o noveles reporteros. Todos quieren hacer la crónica trascendente del hombre que desafió al más grande imperio de la historia, del líder que, a pura fe en el género humano y en su afán de justicia, logró rescatar a la utopía universal del suicidio real-socialista del siglo XX para traerla viva y esperanzada hasta el siglo XXI.
AHÍ está Fidel, sereno y sabio —«culto por antonomasia, y lo que no sabe se lo imagina», dice de él, con definición precisa del conocimiento y de la cultura del dirigente revolucionario, Carlos Poblete Ávila—, enseñando a su pueblo a transitar por su ausencia. Fidel, que simboliza casi perfectamente a Cuba en una doble identificación de ida y vuelta con su pueblo.
Esa última semana, por razones obvias, me he puesto a leer algunas páginas que se difunden desde Miami. El viernes pasado elegí una pieza que merecía el comentario. Ayer encontré esta otra, que cito en sus párrafos más llamativos: «Claire Weinbach recuerda una Cuba en la que las familias pasaban los fines de semana disfrutando del mar cristalino, los niños jugaban en los verdes parques y los seres queridos se reunían para disfrutar de espléndidas comidas. Weinbach tiene 76 años y es judía, nacida en Bélgica, y dice que algunos de sus mejores recuerdos son de los nueve años que vivió en la Cuba precastrista, un lugar que ella describe como “el paraíso”. “Llegué a La Habana y me enamoré de la ciudad”, dice Weinbach, que ahora vive en Hollywood. “Allí todo el mundo amaba la vida”».
«Ser bueno es el único modo de ser dichoso».José Martí
Cuenta la escritora Isabel Bornemann la historia de dos niños de Hiroshima que, en medio de las tensiones bélicas de los años ’40, tenían una relación de amistad idílica. Al límite de no anhelar la llegada de las vacaciones de verano para no sufrir la separación.
1-A las dos de la tarde del 9 de abril de 1948, un joven cubano que asiste a un encuentro estudiantil en Bogotá sale para entrevistarse con Jorge Eliécer Gaitán. En la calle una muchedumbre grita: «¡Mataron a Gaitán!», destruye vitrinas, entra en comisarías donde los policías le reparten fusiles. Comienza una balacera. El joven, que había pensado morir por Cuba, reflexiona: «Bueno, el pueblo aquí es igual que el pueblo de Cuba, el pueblo es el mismo en todas partes, este es un pueblo oprimido, un pueblo explotado, le han asesinado al dirigente principal, esta sublevación es absolutamente justa, yo voy a morir aquí, pero me quedo». El joven Fidel Castro aprende su primera lección: cada vez que el pueblo cree en un guía, le asesinan la esperanza. Toma un fusil, y entra en combate.
SI otra persona me lo hubiera contado, lo habría tomado como un chiste...
Hace tiempo pensaba que la literatura podría ser útil; leí varios textos sobre esa posible utilidad pero no eran muy precisos. Mientras le sigo dando vueltas a esta cuestión encuentro un modo leve de hacer que la literatura sirva. El hecho de haber escrito novelas ayuda a que, de vez en cuando, me brinden alguna tribuna en los grandes medios de comunicación.
Cuando la paz se enseñorea al final de un día lleno de apuros y cansancios, me quedo tranquila en la oscuridad, sobre la almohada, víctima de un insomnio típico de la recta final de mi embarazo. Así viene sucediendo hace ya no sé cuántas noches. Y acostumbrada a quedarme con los ojos abiertos donde nadie me ve, me pregunto en mis más recientes batallas por espantar la vigilia, cómo estará Fidel.