Lo que ha estado ocurriendo en El Paso, Texas, en los últimos dos meses, mueve a risa. Allí se ha estado llevando a cabo un juicio contra Luis Posada Carriles que, más que proceso judicial, parece ser uno de los episodios de La tremenda corte, programa que se transmitió en la radio cubana por los años 50 y que, desde hace años, se retransmite todos los días en una estación radial de Miami y en algunos países de América Latina.
Cierto que una golondrina no hace primavera, aunque ayuda a detectar el rumbo del viento. Tampoco una campaña, operación o ejercicio será jamás un mágico «ábrete, sésamo», pero permite colocar en foco lo que hay que combatir, acorralar y si es posible extinguir. Y sin duda de mi parte, vale para el muy atinado esfuerzo nacional movilizativo contra las indisciplinas sociales, fenómeno de alta agresividad cotidiana en la que todos terminamos involucrados, sea como víctimas, sea como transgresores, mendaces o inconscientes. Y mejor aún si al final, como participativos agentes enmendadores.
Un jovencito de Las Tunas me regaló ¡una tuna! para mi colección de plantas cubanas. La monté en una Yutong y luego en el P15 cuidando de que tan espinoso ser no importunara a los pasajeros de aquella fría madrugada de lunes.
Cuando supe que el escritor argentino Julio Cortázar había bautizado como «cronopios» a todos los seres desordenados y tibios de este mundo, sentí que en el gesto de ese genio habitaba la reivindicación rotunda e irrevocable de extraños seres que, más que dañar la civilización, la están salvando.
Están demasiado ocupados en comprender el mundo que les quedó después del desastre natural más devastador de su historia. No lo saben, pero ellos y esa vida salvada, tal vez de milagro, son el mejor recurso para cambiar el rostro de la desolación en Japón.
Varios recados me piden escribir sobre un detalle de iniciativa local, en un punto específico, aunque no dudo que se repita en cualquiera de los barrios o pueblos del país. Y como hablaremos de ropas o de vestidos parecerá, si usted solo lee hasta aquí, un tema relativo a la moda. Pero no es moda que implique usar el bolsillo a la izquierda, o las sayas más estrechas y cortas.
Las horas me saben amargas, como a todas las personas que ahora constatan de qué modo —al parecer inevitable— la humanidad está perdiendo más de una crucial batalla: pocos días transcurrieron desde que la desgracia se apoderara de Japón. Las heridas en el país asiático no dejan de abrirse; aún no se toca fondo en cuantificar víctimas y todo tipo de pérdidas. Y todavía Haití es una llaga —dolor que va quedando sepultado y pospuesto en la avalancha de acontecimientos, cada vez más desconcertantes, que estremecen al mundo.
La Liga Árabe, organización que agrupa a 22 países árabes, se cayó de la mata cuando comenzaron a recibirse las primeras imágenes de civiles libios muertos o heridos durante los bombardeos de la OTAN.
Nelly Osorio conoció la crueldad el pasado viernes, cuando intentaba cruzar la congestionada arteria habanera de Ayestarán. No avistó el carretón que, halado por dos hombres, llevaba un refrigerador y otros bienes. Y todo el peso rodó sobre el pie derecho de la muchacha, que se retorcía en llanto.
Será todo lo trillada que se quiera, y podrá expeler un cierto tufillo cursi, pero alguna gota de verdad debe verter la socorrida frase, que ha sobrevivido a la pátina del tiempo, de que «los ojos son el espejo del alma». Lo cierto es que, apropiada de mil formas distintas, pocos poetas parecen haberla barrido. La traigo a la meditación compartida por la confianza que nos transmite el interlocutor que nos mira de frente, ofreciéndonos fragmentos reveladores de sus actitudes y sentimientos, de su ser esencial mismo, para así saber o intuir a qué atenernos.