Como casi todo en la vida, el propio avance de la humanidad supone el fin de prácticas que otrora parecían insustituibles y hasta indelebles.
«Creo que, de lejos, he sido el mejor Primer Ministro que haya podido tener Italia en 150 años de historia».
Anunciaron, por la amplificación local de la terminal 28 de Junio, de Bayamo, el próximo viaje: «Un camión particular con destino a Contramaestre, por el valor de diez pesos».
Acaba de salir publicado el libro que contiene las memorias de Donald Rumsfeld. Bueno, como no lo he leído, me puedo imaginar que serán las selectivas memorias del ex secretario de Defensa del presidente George W. Bush.
Nadie pondrá en duda la voluntad popular con que Silvio Rodríguez, en una canción hecha para condenar la hipocresía burguesa, da un viva a «quien huela a callejuela, a palabrota y taller». Tampoco desconocerá la autenticidad de un pensamiento expresado por un trovador que, lejos de olvidar la semilla de donde viene, y la vida que somos, proclama en otra de sus canciones imborrables: «yo me muero como viví». El énfasis lo pone el autor de este artículo.
El muchacho avanzó apurado. La imagen parecía común, como otras tantas de una tarde ordinaria. Pero los caracteres estampados en la parte trasera de su pulóver —«CCCP»— removieron un montón de recuerdos.
¿Es la Historia un eterno volver a empezar? Estamos ante lo que podría ser otra gran crisis alimentaria. El índice de precios de los alimentos de la FAO volvió a su nivel más alto a finales de 2010.
Si de algo culparía al exquisito narrador Marcel Proust, es de condenarnos a la eterna nostalgia. En busca del tiempo perdido, a inicios del siglo XX, el raro francés nos devolvió en su obra, con deleite de orfebre, esos recuerdos que cargamos por la vida sin percatarnos, y un día se nos revelan por asociación ante un sabor, una visión, un sonido, o sencillamente un olor percibidos alguna vez. Contraseñas o visas sentimentales para viajar en el tiempo.
Quien la haya padecido, puede intuir que la ansiedad fragmenta al sujeto por dentro; lo desatina. Y sin aparentar el comentarista saber de medicina, puedo alargar el ejemplo y admitir que una ansiedad colectiva puede quebrantar la unidad general.
Durante más de medio siglo, junto con la guerra psicológica y las operaciones de propaganda político-ideológica, la violencia terrorista ha sido una constante en la forma de «relacionarse» de Estados Unidos con Cuba. Desde el triunfo de la Revolución, en 1959, Washington ha venido desplegando contra la Isla un amplio mecanismo subversivo diseñado por oficiales de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), el Pentágono y el Buró Federal de Investigacines (FBI), que con el tiempo echó mano también de la Oficina de Inmigración, la agencia antidrogas (DEA, por sus siglas en inglés) y otras dependencias gubernamentales.