«Las apariencias engañan», advierte con sabiduría un aforismo popular. Pero en ocasiones aciertan, agrego yo. Leí en alguna parte que el siquiatra y criminalista italiano Cesare Lombroso (1835-1909) era capaz de identificar a los bribones con solo mirarles el semblante. Debe de haberse equivocado más de una vez —¡pobres víctimas de sus pifias!—. Sin embargo, me encantaría creer que sus evaluaciones no siempre fallaban.
Cada amanecer me despierta el canto de las tórtolas que anidan en el follaje del barrio. Si antes oigo la alarma del teléfono, remoloneo un poco más entre las sábanas a la espera de un consentidor buchito de café y planifico el día con los ojos cerrados, hasta que el coro anuncia el momento propicio para estirar el cuerpo y meditar.
El perro Bolton ladró de nuevo contra Cuba. Apenas la comunidad internacional dejaba claro en la ONU que el bloqueo era vil y obsoleto, y tendía en la arena a un contendiente de mayor peso, pero de escasa moral, el Consejero de Seguridad Nacional de Donald Trump —aunque ya lo había anunciado— demostraba que no sabe sacar enseñanzas de las derrotas apabullantes y ponía sobre la mesa nuevas sanciones.
La prepotencia de Donald Trump, cebada en la manipulación y la injusticia, ha sido castigada con una votación en la Asamblea General de la ONU que otra vez dejó arrinconado a Estados Unidos con su hijo adoptivo Israel en su agresión contra Cuba. Esta vez, ni siquiera hubo abstenciones, y 189 países dieron su respaldo a la Isla.
Cierto joven a quien muchos tenemos por culto debió demostrar en un examen veraniego que la historia de Cuba no le resultaba ajena. «¿Cómo es que llevas a mundial esa asignatura?», le preguntamos varias personas, y su respuesta fue siempre la misma: «Na, la profe se me puso difícil y ni siquiera abrí el libro en todo el semestre».
EL último remozamiento del bulevar de Santa Clara acaba de dignificar uno de sus sitios imprescindibles y más concurridos que suelen, por lo general, ser marginados a la hora de pensar en instalaciones dignas y de confort.
SI como una vez soñé, una enorme nave espacial hubiese trasladado a la isla de Cuba para el medio del océano Atlántico o del Pacífico, en estos momentos no estaría escribiendo sobre lo que ocurre en Estados Unidos. Desgraciadamente, mi sueño fue solo eso y en sueño quedó, por lo que debo seguir escribiendo, para Cuba, de lo que pasa en este país. Por lo menos, desde aquí puedo darles a mis compatriotas mi opinión sobre algunos de los acontecimientos que diariamente ocurren a solo unos cuantos kilómetros al norte de sus costas.
En seis meses y unos días como Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, Miguel Díaz-Canel Bermúdez ha visitado sitios de interés económico, social, cultural e histórico de 13 provincias —incluyendo La Habana— y el municipio especial de la Isla de la Juventud, recogen los despachos de prensa.
El barco se mantenía al pairo en espera del amanecer, cuando vendría el práctico para conducirlo a través del estrecho canal del puerto. El espléndido arco luminoso del Malecón abría los brazos a los visitantes llegados del mar. Al desembarcar, recibí el impacto del calor, del bullicio generalizado y de un idioma que escuchaba por primera vez. Poco a poco, en el barrio, en la escuela, en el retozo del parque, el país me fue entrando por los poros.
Algún día habrá que levantar un monumento al solidario desconocido, así como se han erigido memoriales a tantos soldados que diluyeron sus señas personales en las grandes proezas épicas de la humanidad, y nunca pudieron ser identificados en la gloria y la memoria.