La prepotencia de Donald Trump, cebada en la manipulación y la injusticia, ha sido castigada con una votación en la Asamblea General de la ONU que otra vez dejó arrinconado a Estados Unidos con su hijo adoptivo Israel en su agresión contra Cuba. Esta vez, ni siquiera hubo abstenciones, y 189 países dieron su respaldo a la Isla.
El bloqueo es genocida, obsoleto, injusto… Pero la frustrada intención de Washington de envenenar la Resolución cubana que demandó su fin, convertirla en un boomerang que agrediera a la Isla y justificara esa política, era una descarada burla al mundo que solo se le podía ocurrir a una administración ciega en su ignorancia y su afán supremacista.
El reiterado patrón de votación que derrotó las ocho mentirosas enmiendas, una a una, exhibió de antemano la soledad estadounidense. Una y otra vez, solo tres países votaban por ellas, un entorno de 65-66 se abstenía, y la rechazaban 114 Estados.
Se frustró así el desvergonzado intento de EE.UU. no ya de buscar apoyo al bloqueo con «otros» argumentos —habitualmente aducen que el asunto es «bilateral» aunque agrede a terceros—, sino de hacerlo señalando a Cuba como presunta violadora de los derechos humanos.
Era un plan demasiado abyecto dentro del contexto inédito creado por la presentación de las propias enmiendas. Demasiado burdo y desconectado de la realidad del planeta. ¡Cómo si el mundo no nos conociera!
Tampoco le funcionó a Estados Unidos el cansancio que las votaciones repetidas de sus falaces textos, pudo haber provocado en los miembros de la Asamblea General antes de pronunciarse sobre la Resolución cubana.
…Porque algo debería subrayarse de esta votación: tampoco fueron eficaces las presiones con que, dentro del mismo plenario y ya abierto el tema desde la víspera, los enviados de Washington intentaron torcer sus posturas.
Incluso, mensajes enviados mediante la red social Twitter por la embajadora en gestiones de retiro Nikki Halley —otra vez enrolada en los lodos creados por su presidente Trump— rogaban desde el miércoles a los otros, sumarse a la artimaña.
Pero ocurrió lo contrario. El emplazamiento de Estados Unidos a la comunidad internacional para que le acompañara en su estratagema y, consiguientemente, respaldara el bloqueo, ha sido un ejercicio de fuerza derrotado no solo por el voto, sino por las más de tres decenas de embajadores que, a nombre de sus naciones o de amplios grupos de países, la rechazaron pública ya abiertamente desde el podio, y denunciaron por 27ma vez al bloqueo como una política insoportable por su carácter inhumano para con los cubanos, irrespetuoso con el mundo en su extraterritorialidad.
Las armas principales del triunfo cubano han sido la resistencia y la dignidad de su pueblo, y el respeto ganado por un país que, como le enseñó Fidel, antepone, dentro y fuera de la Isla, el ejercicio de la verdad.
Con ella en la mano habló al mundo desde Nueva York el canciller Bruno Rodríguez Parrilla. ¡Era imposible que el planeta sucumbiera a las mentiras!
Ni siquiera quienes en otros contextos quizá flaquearan por las torceduras de brazo yanquis, estuvieron dispuestos a enrolarse, esta vez, en su burda y descarada engañifa.
Washington y, concretamente, el emperador de pacotilla Donald Trump, debían sacar lecciones de esta nueva batalla perdida, que dejó un mensaje moral, en efecto, como quería la embajadora Halley: un mensaje de más cordura y más modestia… a su propia administración.