En seis meses y unos días como Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, Miguel Díaz-Canel Bermúdez ha visitado sitios de interés económico, social, cultural e histórico de 13 provincias —incluyendo La Habana— y el municipio especial de la Isla de la Juventud, recogen los despachos de prensa.
Apenas le faltaría presentarse en Las Tunas y Guantánamo. A algunos lugares ha ido más de una vez. Lo ha hecho en visita de Gobierno —en composición del Consejo de Ministros—, o para evaluar la recuperación de los daños causados por eventos hidrometeorológicos extremos, o para dar seguimiento a objetivos destinados al desarrollo y/o el bienestar de la población...
Su ritmo de trabajo, incluido un sinnúmero de reuniones de Gobierno y Estado en el Palacio de la Revolución, asistencia a encuentros de la más diversa índole aquí y allá, y hasta tres visitas fuera de la Isla, ha calado en el imaginario popular.
Raúl, al hacer una síntesis de la trayectoria del nuevo mandatario en la clausura de la Sesión Constitutiva de la 9na. Legislatura de la Asamblea Nacional del Poder Popular, el 19 de abril de 2018, señalaba: «El compañero Díaz-Canel no es un improvisado, a lo largo de los años ha demostrado madurez, capacidad de trabajo, solidez ideológica, sensibilidad política, compromiso y fidelidad hacia la Revolución».
En este breve tiempo, sin embargo, ha sobrepasado las expectativas de no pocos dentro y fuera de Cuba, tanto entre quienes «apostaron» por él como entre los escépticos. Ni las imágenes de la televisión ni las fotografías ni los relatos de los escribidores, son capaces de transmitir en su real dimensión el vínculo creciente entre el Presidente y el pueblo, especialmente con la gente más humilde, los trabajadores, las personas mayores y —sí— con los jóvenes.
Hay que estar en el escenario para saber «de qué va esto», suerte histórica (en sentido de oportunidad profesional única) de este redactor y demás colegas de medios nacionales, provinciales y locales que hemos dado cobertura a las labores del Jefe de Estado en los primeros meses de su ejercicio (muchos más profesionales de la comunicación deberían poder hacerlo).
Cuando camina por un lugar de concurrencia pública o va al encuentro de un grupo que lo reclama, a veces parece como si fuera una «estrella de rock», pero —aunque siempre pululan celulares tomando fotos y haciendo videos— no se trata de candilejas. Lo llaman para mostrar afecto y apoyo, mas también para plantear problemas... muchos problemas... algunos individuales, otros colectivos. Ejercicio de democracia, eso es.
La respuesta de «lo que está sucediendo con él» es sencilla: no estamos asistiendo a la construcción de un líder, sino a la continuidad de un liderazgo. En cuanto a relación con las masas, está haciendo lo que han enseñado Fidel y Raúl, los otros grandes capitanes de la Revolución (y en esto son inolvidables Che y Camilo), y el resto de la dirigencia histórica.
¿«Escobita nueva barre bien»? Nada de eso. La cubana siempre ha sido una revolución de pueblo (y vale la reiteración, porque una revolución deja de serlo cuando le da la espalda al pueblo); además, estamos asistiendo a un sistema de trabajo estructural —estratégico— que trasciende a un individuo.
Un ejemplo de esto son las jornadas de labor bautizadas como visitas de Gobierno (ya van por diez en igual número de provincias), en la que participan él y la mayoría de los miembros del Gabinete, en dependencia de la incumbencia de tal o más cual ministerio en los programas de desarrollo y los problemas cotidianos más urgentes de cada provincia.
El propio Díaz-Canel ha explicado la naturaleza de esos recorridos, que entre otros puntos busca destrabar los nudos —a veces gordianos, cree este redactor— que atenazan el buen desenvolvimiento del entramado económico, institucional, funcional y otro largo etcétera del país, tanto entre las entidades centrales y las territoriales como dentro de las localidades.
El Presidente no llega a los lugares con una «varita mágica» (es decir, con recursos materiales para repartir, porque estos son los que más escasean), pero sí con el rostro limpio y ejemplar de la Revolución, luz que exige y reclama, y a la que dirigentes y trabajadores debemos cumplir, porque si así se hiciera por todos, tendríamos una nación mucho mejor.