Roberto León González se fue como vivió. En silencio, sin ruidos, sin buscar los laureles de gloria tan anhelados por otros. De repente los latidos en el pecho se detuvieron, y el hecho, se puede decir, se convierte en una analogía trágica y no deseada, es cierto; pero analogía al fin por la manera en que llevó su vida.
Brasil está buscando desesperadamente relevo para los más de 8 000 médicos cubanos que no estarán en el país cuando Bolsonaro asuma la presidencia el 1ro. de enero. Ya el Programa Más Médicos lanzó la convocatoria para suplir el inmenso vacío dejado por los únicos galenos que participaban en el programa con una especialidad en su currículo.
Recién terminó el 24to. Festival Nacional de Artistas Aficionados de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU), celebrado esta vez en la Universidad Máximo Gómez Báez de Ciego de Ávila. A los que estuvimos, nos queda una nostalgia tremenda y un montón de números de teléfono, amistades en potencia, que probablemente nunca volveremos a ver.
Nunca América Latina había estado tan unida e integrada como cuando Argentina y Brasil dejaron de ser rivales para ser aliados, por las manos de Luiz Inácio Lula da Silva y Néstor Kirchner y, posteriormente, las de Cristina Fernández y Dilma Rousseff. Con el fortalecimiento y el ensanchamiento del Mercado Común del Sur (Mercosur), con la fundación de la Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur) y su Consejo Sudamericano de Defensa, con la creación de Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac); cuando por primera vez América Latina y el Caribe pasaban a tener una entidad suya, sin Estados Unidos y Canadá, como en la Organización de Estados Americanos. Nunca Washington había estado tan aislado del continente. Sus apuestas fracasaban, una después de la otra: México, Perú, Colombia, Chile.
Los comentarios que ha formulado la extrema derecha norteamericana y, por ende, la anticubana derecha de Miami, sobre la famosa caravana de migrantes que se acerca a la frontera sur de Estados Unidos me trae a la memoria aquel verso del poeta Campoamor en el que dice: «Y es que en el mundo traidor/ nada hay verdad ni mentira, /todo es según el color/ del cristal con que se mira».
Era yo muy joven cuando tuve la oportunidad de visitar algunas ciudades de la vieja Europa. Iba a tocar con las manos los testimonios de una cultura que había aprendido a conocer en los libros, antiguos monumentos y obras de maestros del arte universal. Disponía de pocos centavos. Como muchos coetáneos de aquella época, andaba con un modesto morralito y me alojaba en lugares poco costosos. Viajar era un modo de emprender la aventura personal del descubrimiento de otras realidades. Por eso, no me gustaba andar en manada. Para no perder la ruta en sitios desconocidos, me valía de una guía, preferentemente un Michelin de tapas azules en el que podía encontrar información histórica elemental junto a los planos indispensables para orientarme en la marcha.
He vivido la saga de la sinceridad, la gratitud y el cariño. Eso han sido las visitas oficiales del Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros de la República de Cuba, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, a Rusia, a la República Democrática Popular de Corea, a China, Vietnam y Laos. Así lo sentí tras haber visto de primera mano cada encuentro.
En Cuba lo conocimos en la década de los 90, cuando haciendo caso omiso a las presiones de Washington se apareció en un festival Jazz Plaza de La Habana con su quinteto.
No hacen falta alas para hacer un sueño,
En un tomo de algo más de 300 páginas, la prosa clara y exacta, y la acuciosa aplicación investigativa de Juan Marrero, nos delinearon un paisaje intenso de 200 años de periodismo en Cuba.