Era yo muy joven cuando tuve la oportunidad de visitar algunas ciudades de la vieja Europa. Iba a tocar con las manos los testimonios de una cultura que había aprendido a conocer en los libros, antiguos monumentos y obras de maestros del arte universal. Disponía de pocos centavos. Como muchos coetáneos de aquella época, andaba con un modesto morralito y me alojaba en lugares poco costosos. Viajar era un modo de emprender la aventura personal del descubrimiento de otras realidades. Por eso, no me gustaba andar en manada. Para no perder la ruta en sitios desconocidos, me valía de una guía, preferentemente un Michelin de tapas azules en el que podía encontrar información histórica elemental junto a los planos indispensables para orientarme en la marcha.
Industria sin chimeneas, el turismo es una fuente significativa de ingresos para el desarrollo económico del país. Contribuye también a proyectar la imagen de lo que somos como pueblo y como cultura, más allá de las bondades del paisaje, el sol y la playa, muestra de nuestra singularidad y de lo que hemos sido capaces de construir en el largo camino de edificación de nuestra identidad.
El tema adquiere particular vigencia en vísperas del arribo al medio milenio de la fundación de La Habana. En comparación con urbes de larga prosapia, se trata de un tiempo relativamente breve en el cual, sin embargo, se ha desarrollado el ininterrumpido empeño fundacional de una nación. Poco a poco, hemos aprendido a valorar un patrimonio edificado que sobrepasa en extensión el territorio del centro histórico de la capital. Hay otros tesoros que aún permanecen resguardados. No me refiero tan solo a los que podemos descubrir en la arquitectura moderna del Vedado y Miramar, a las antiguas mansiones del Cerro, a la memorable Calzada de Jesús del Monte, evocada por el poeta Eliseo Diego, sino a todo aquello que se preserva en lo que me atrevería a denominar nuestro circuito museístico.
Por obra del azar, en el breve espacio de unas pocas cuadras se concentran museos de primera importancia. Bordeando el Parque Central, donde alguna vez estuvo el Centro asturiano se exhibe la colección de arte internacional. Esta no es comparable con las que prestigian reconocidísimas instituciones de la vieja Europa, pero resulta notable en el contexto de la América Latina. Entre otros bienes, habrá de llamar la atención a muchos la existencia entre nosotros de un conjunto de piezas representativas de la Antigüedad clásica, algunas de ellas de indiscutible valor.
No hay más que seguir andando por la calle Zulueta para tropezar con el Museo de Arte Cubano. En sus salas, nacionales y extranjeros pueden descubrir el relato histórico de la evolución de la pintura, la escultura y el grabado, desde los iniciales tanteos de inspiración académica hasta la aparición de la primera vanguardia, de sus sucesores y de los artistas que emergieron después del triunfo de la Revolución. El observador curioso recibirá el impacto de imágenes con alto valor estético, evocadoras de dimensiones inesperadas de la realidad cubana. El especialista podrá apreciar la productiva relación dialógica entre lo local y lo universal en el proceso de apropiación creativa de los lenguajes de la contemporaneidad.
Después de pasar junto al yate Granma, el paseante entra en el ámbito de la historia. Allí encontrará, en el Museo de la Revolución, antiguo Palacio Presidencial, el testimonio tangible de la heroica lucha frente a la dictadura de Batista, eslabón de un batallar emancipador que desembocó en el triunfo de la Revolución Cubana y proyectó la voz de la Isla, con su afirmación soberana, hacia el resto del mundo. Dentro de algunos meses, el circuito museístico habrá de completarse con la inauguración de la casa que albergará, de manera palpable, el complejo recorrido de nuestra música en su intercambio, siempre renovado, entre lo popular y lo culto, entre el acá y el allá, entre los numerosos afluentes nutricios de una expresión artística que nos identifica.
Según lo expresado en fecha reciente por el arquitecto Marrero, ministro de Turismo, la mayor parte de los visitantes que arriban a nuestro país transita por La Habana. Para lograr mayores beneficios comerciales, cultura y economía deben darse la mano. Para prolongar su permanencia, incentivar su deseo de regresar y convertirlo en difusor espontáneo de nuestros mejores valores, hagamos del turista un viajero motivado por descubrir, tras lo coyuntural, las esencias más profundas de la nación, tan sistemáticamente demonizada por la propaganda imperial. El conocimiento de lo real contribuye a socavar prejuicios. Nuestro pueblo ha tenido que aprender a sobrevivir bajo el acoso económico, comercial y financiero. La inventiva de algunos ha conducido a la preservación sorprendente de autos norteamericanos de mediados del siglo pasado. Por su singularidad, el fenómeno despierta la curiosidad de muchos visitantes. En ese hecho coyuntural, seguramente pasajero, asoma la punta del iceberg reveladora de una verdad más profunda. En medio de la adversidad hemos emprendido el rescate del patrimonio. Hemos proseguido la creación en la cultura y en la ciencia. El diseño de una estrategia turística con perspectiva de futuro ha de tener en cuenta esos factores con vistas a la proyección internacional de la imagen Cuba y a la permanente recalificación de los especialistas del sector.