Cuando se dice cubanos en Gambia siempre son reconocidos los cientos de miles de hombres y mujeres de la Mayor de las Antillas que recorrieron y andan hasta hoy por tierra africana brindando lo mejor de sí en favor de la verdadera independencia de los pueblos, y repartiendo solidaridad en los lugares más recónditos del llamado continente olvidado.
Muy tarde en la noche sonó el teléfono. Como de costumbre, el cierre agitado del periódico nos espoleaba, y demorábamos en cogerlo. A tanta insistencia levanté el aparato con rostro de desesperación. Al escuchar su voz quedé sorprendido, porque del otro lado me hablaba José Ramón Fernández Álvarez.
Esta es una historia de dos eneros diferentes. Una fue objeto de un reportaje del diario británico The Guardian, en 2018, cuando Leilani Farha, relatora especial de la ONU sobre vivienda adecuada, caminó por las calles de la ciudad de San Francisco, Oakland y Los Angeles y encontró que en ellas habitaba una miseria «inaceptable» en medio de la riqueza de Estados Unidos.
Aun con el embeleso del jolgorio de fin de año a cuestas, y mientras se disipa la resaca, sigue en la tertulia íntima o pública la sacadera de cuentas de qué nos dejó el que se acaba de ir, por suerte sin otro golpe huracanado.
Existe la tradición de despedir el año quemando un muñeco hecho de materiales desechables. Es un modo de exorcizar males del ayer y recibir lo nuevo con renacida limpieza. En el plano individual, muchos acostumbran a formular propósitos para hacernos cargo de proyectos siempre postergados. Jóvenes o viejos, nuestras vidas se imbrican con el destino de la nación.
Mi padre tiene 81 años. Él dice 81 y medio porque en junio cumplirá 82. Mi padre era un niño del campo. Su padre era desmochador de palmas y un día se cayó de una palma y murió. Mi padre tenía nueve años. Era el mayor de cinco hermanos en una escalera de desamparo a partir de ese momento. Pero un amigo de la familia que tenía una finca le dijo aquel día triste del entierro de mi abuelo Amado, que tenía trabajo a su disposición para que sus hermanitos no pasaran hambre.
Cuba exhibe, y es un orgullo, indicadores de salud que la sitúan en una lista privilegiada a nivel mundial junto a otras naciones mucho más desarrolladas. Es posible que algunos no entiendan cómo, a pesar de las vicisitudes económicas, esos resultados satisfactorios se hayan mantenido en el tiempo, y en no pocos casos, se hayan superado.
Nadie se imagina a la ciudad de Santa Clara, en su mismísimo corazón, el parque Vidal, sin ese trinar de las bandadas de totíes que le imprimen al citadino lugar un toque de campiña desde tiempos inmemorables.
El 2018 pasará a la historia como el año en que se tomaron importantes decisiones en el campo de la comunicación en Cuba. Se aprobó en el Consejo de Ministros en enero de ese año la política de Comunicación Social del Estado y el Gobierno cubanos, y comenzaron a elaborarse las normas jurídicas que la implementa. También se ejecuta el proyecto Gobierno Electrónico, que se manifiesta como un ejercicio de comunicación social en los ámbitos institucional, mediático y comunitario.
En mi tierra, y fuera de ella, lo que más me enamora de la Revolución es el torrente que la mueve. Con el impulso inicial del pueblo, avanza como ejemplo posible de la imposible máquina de movimiento perpetuo. Porque, más allá de la física, si la gente conserva a lo largo del tiempo la energía del triunfo, el futuro de la obra de bien estará salvado para siempre. Por el contrario; sin ese empuje natural, todo horizonte se quiebra.