Nadie se imagina a la ciudad de Santa Clara, en su mismísimo corazón, el parque Vidal, sin ese trinar de las bandadas de totíes que le imprimen al citadino lugar un toque de campiña desde tiempos inmemorables.
Tras su llegada puntual, al atardecer, protagonizan un espectáculo de vuelos rápidos y precisos entre la floresta y los edificios aledaños para elegir el lugar donde van a pasar la noche. Luego, con la amanecida, regalan los mismos retozos antes de emprender el camino hacia la sabanas en busca del sustento cotidiano.
De color negro lustroso y de ojos castaño oscuro, el totí mide unos 27 cm de largo y está presente, prácticamente, en toda Cuba. La hembra resulta menor que el macho, mientras que su alimentación suele ser muy variada sobre la base de semillas silvestres, fruticas, maíz, millo, arroz, plátano maduro e insectos.
El cuándo llegaron los totíes, ave endémica de Cuba, a ese atractivo entorno se diluye en el tiempo, aunque la lógica indica que casi seguro estuvieron allí desde que los árboles y la espesura señoreaban.
El área del actual parque Vidal, donde cayó combatiendo a los colonialistas españoles el coronel Leoncio Vidal, el 23 de marzo de 1896, conocida en sus origines como la Plaza de Armas, fue el lugar desde donde comenzó el largo proceso de ensanchamiento de la ciudad y sus edificaciones, tras la fundación de la urbe por familias remedianas en 1689.
Más trascendente que el dato sobre la época exacta en que las aves llegan hasta allí, resulta conocer que jamás nadie las pudo echar; se ganaron ese espacio con persistencia, y ante cualquier acometida contra aquellas irrumpen de inmediato las voces para protegerlos.
Si desempolvo hoy, de nuevo, el tema de los totíes del parque Vidal, lo hago para mostrar cómo se ha enraizado en la gente un respeto y benevolencia hacia esos frágiles acompañantes del medio ambiente.
En realidad el único malestar que causan estriba en ensuciar con sus excrementos los bancos y pisos bajos los árboles donde pernotan.
Ese sentimiento solidario con los plumíferos determinó emplear la única solución posible para evitar agredirlos: aplicar, cada día, agua, cepillo y escoba para limpiar sus inevitables suciedades.
Esa faena la cumplimentan los trabajadores de los servicios comunales, quienes apenas se van desvaneciendo las sombras de la madruga, higienizan el parque. Hacia allí acuden muchísimas personas, desde bien temprano, que van a descansar un rato a fin de seguir en la lucha cotidiana, o al encuentro con los amigos para hablar de lo real y lo maravilloso.
Si repaso ahora esta historia antigua de los pájaros, lo hago también estimulado por el dolor de cabeza que están causando en los parques José Martí de Guantánamo y Libertad de Matanzas.
Para contrarrestar su afluencia, en ambas ciudades, han llegado a podar los árboles más altos, pero la mayoría se trasladaron, casi seguro a la espera que crezcan más los desmochados, a dormir a sitios arbolados de otras zonas céntricas.
Por los trascendidos recientes en la prensa hasta ahora el desmoche no ha dado los resultados esperados, mientras acá, en Santa Clara, siguen llegando las grandes bandadas que tienen vía libre hacia el parque Vidal, el apacible refugio de los totíes.