Esta es una historia de dos eneros diferentes. Una fue objeto de un reportaje del diario británico The Guardian, en 2018, cuando Leilani Farha, relatora especial de la ONU sobre vivienda adecuada, caminó por las calles de la ciudad de San Francisco, Oakland y Los Angeles y encontró que en ellas habitaba una miseria «inaceptable» en medio de la riqueza de Estados Unidos.
El mismo rotativo, en este comienzo de 2019, regresó a San Francisco para encontrarse con las lujosas instalaciones de Doggy Style, una guardería para perros donde los canes usan ropa de la marca Prada, y sus amos —integrantes del «mercado próspero y competitivo en una ciudad alimentada por la riqueza tecnológica y los ingresos disponibles», según describía el diario— pueden pagar una tarifa de 7 500 dólares para hacer a sus mascotas miembros de primer nivel, y luego 1 500 al mes para seguir en el exclusivo club «en una ciudad en medio de una crisis humanitaria por falta de vivienda», comentaba.
Estamos ante un trato cruel, inhumano y degradante, pero las víctimas no son estos animalitos de pura raza que pueden ir a Doggy Style, sino los seres humanos convertidos en ambulantes, que cargan con sus miserias, sus adicciones, con daños cerebrales, o son excluidos por llevar como estigma las fatídicas siglas VIH/sida.
Farha, una abogada canadiense que ha viajado por los más diversos «asentamientos informales» del mundo —léase chabolas, tugurios, favelas, refugios, ciudades de tiendas de campaña o de cartón—, indagaba entonces sobre el artículo 25 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. «¿Usted sabe que tiene derecho a una vivienda?», cuando —reconocía la funcionaria de la ONU y lo puntualizaba el reportaje del periódico— no hay suficientes viviendas para inquilinos con ingresos de salario mínimo o extremadamente bajos.
Inútilmente, la abogada, se autorrespondía: «Eso es algo que tu Gobierno debe hacer»…
Sin solución esta historia, los homeless siguen proliferando allí. «La situación es inaceptable a la luz de la riqueza del país», sentenció la «profundamente preocupada» relatora de la ONU.
Mejor suerte la de los perritos de este enero de 2019. Doggy Style es una entre al menos una docena de empresas que ofrecen guardería durante las horas de trabajo de sus dueños, en esta célebre ciudad del oeste de la que se dicen huyen los trabajadores por el alto costo de la vida.
Uno de los clientes de la lujosa institución que abrió sus puertas este enero, era capaz de decir esta expresión que sonaba a bofetada en la cara de cada homeless: «La gente no se da cuenta de lo caro que es tener un perro en esta ciudad». Por supuesto, si el plan para los VIP lleva el insultante nombre de «Los perros usan Prada», y están bajo el amparo de San Francisco, que se dice es el patrón de los animales.