En ocasiones hablamos de ella como si no tuviéramos ninguna responsabilidad en su eliminación, como si erradicarla correspondiera únicamente a otros, pero ese ser, con bigote o falda, con rostro indefinible, está en varios centros laborales y el barrio. A veces convive con nosotros y hasta nos salpica.
Una de mis frases favoritas es: Cuando se pierde todo, no se pierde la lección. Aunque suene cínico, como me han dicho algunos lectores en años, yo trato de ponerla en práctica con honesto contentamiento ante cualquier revés que enfrento, sea trascendental o cotidiano.
Parecido al célebre parlamento shakesperiano de to be or not to be (ser o no ser), el vender o no vender (o para decirlo con mayor precisión: qué se vende y por qué), parece ser una de las cuestiones de fondo de la economía cubana. Y en ese tema esencial, el conocimiento de la demanda interna se convierte en un asunto casi como lo es el oxígeno para la vida.
Me impresionó la esvástica tatuada en una de las manos de la mujer que, junto a su pareja, merendaba en una de las calles holguineras. Ella, joven y con varias semanas de embarazo. Pero a mí, ni su edad me parecía justificación para tamaño desliz, por llamar de algún modo a su dibujo epidérmico.
Recuerdo los tiempos en que un erróneo concepto de modernidad, junto con la codicia derivada de la especulación en torno al valor del suelo, causó la desaparición de valiosos monumentos arquitectónicos preservados en nuestras ciudades. A la Revolución se debió, en gran medida, la implantación de políticas orientadas al reconocimiento de la importancia de este legado y el diseño de acciones concretas para su rescate y restauración. Nuestros centros históricos cobraron nueva vida y se expandió la conciencia de su importancia.
La Revolución es una pared, me dijo Martha Jiménez una tarde de abril de 2006. No sé si era un concepto meditado con antelación o si la imagen le surgió de pronto, al calor de aquella charla semiformal sobre el papel de las mujeres en el Directorio 13 de Marzo, tan flacamente reconocido aún en la historia cubana.
Buscando en México cuánto quedó atrapado de Julio Antonio Mella en los velos del tiempo, pude vivir en 2006 un diálogo de privilegio. De entonces, anoté:
Si la Revolución Cubana es triunfadora se debe, entre otras muchas distinciones, a que los grandes patriotas del país, desde Félix Varela hasta Fidel Castro, comprendieron, tomaron conciencia, de que para hacerla había que comunicarla.
Una cuadra antes de que llegaran a la puerta del restaurante, quienes aguardábamos para entrar escuchamos su cantaleta. Eran dos hombres y una mujer, y a juzgar por su euforia habían empinado generosamente el codo, el brazo y hasta el alma. Su vestimenta nos hizo suponer que volvían de algún río o de alguna piscina. Detuvieron la marcha ante el grupo.
Mis amigas no entienden qué es eso de ser una madre emancipada. «¡Si tu hijo tiene apenas 21 años!», reprochan las incrédulas. «Si aún estudia en la universidad, y, y… ¡y es varón!», reclaman las más atrevidas.