En ocasiones hablamos de ella como si no tuviéramos ninguna responsabilidad en su eliminación, como si erradicarla correspondiera únicamente a otros, pero ese ser, con bigote o falda, con rostro indefinible, está en varios centros laborales y el barrio. A veces convive con nosotros y hasta nos salpica.
Nadie debiera quedarse inmóvil ante sus manifestaciones ni conformarse con comentarle algo al amigo o al familiar. Tampoco basta con asentir o negar con la cabeza.
Eliminar la corrupción jamás dependerá solamente de verbos y bromas en los hogares, en el parque o la esquina. Es preciso que todos ayudemos verdaderamente en esa batalla difícil y enrevesada, como pide el Presidente de la República, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, empeñado en seguir construyendo una Cuba siempre mejor.
¿Cuáles son las causas de ese mal (la corrupción)? ¿Por qué algunos lo abrazan y se comportan de manera inadecuada, a pesar de conocer plenamente lo establecido o lo éticamente correcto? ¿Acaso «el virus» se transmite por ósmosis? ¿Es por algo diferente en el aire? ¿Se puede eliminar totalmente? ¿Cuánto puede aportar cada uno en ese combate?
Por desgracia no se trata de casos aislados, pocas manzanas podridas o agujas en pajares. No. A lo largo de la historia de la humanidad resulta casi imposible establecer un ranking de los ejemplos más ilustrativos, pues son demasiados y en casi todos los aspectos, incluidos el económico, la política, el deporte, competencias y concursos de cualquier tipo…
Los sobornos, el fraude, robo, tráfico de influencias… nacieron hace mucho, tanto que es demasiado riesgoso identificar su origen. También, en diversos países algunos individuos escalan muy rápido a golpe de millones, concesiones, promesas y mentiras, con el único propósito de seguir inflando sus bolsillos.
Cuando uno revisa algunos de los grandes casos en naciones como España, Argentina, Chile y Estados Unidos pudiera experimentar la sensación de ver películas de ficción. Entre las causas se encuentra el deseo de alcanzar riquezas o avanzar en otros ámbitos como el profesional, la política… y todo suele incluir deformaciones éticas.
Aunque nos duela, Cuba, construida sobre los mejores valores y conciencia de la importancia de la dignidad, la solidaridad y todas las esencias, no escapa totalmente de esa especie de veneno silencioso, que en ocasiones se esconde en sonrisas o actitudes hasta extremistas, aunque lo sucedido aquí está muy distante de la realidad oscura de otros países.
El mandatario cubano lo ha denunciado en varias ocasiones. Él nos llama a pensar siempre en lo colectivo y actuar en bien de esa familia grande que es el pueblo cubano, lo cual entraña combatir, eliminar o reducir lo más posible cualquier manifestación de corrupción, insensibilidad o resignación ante lo incorrecto.
Esa batalla comienza en la educación de nuestros hijos en las casas y las escuelas, en el afianzamiento de la dignidad, el sentido de la responsabilidad colectiva y la decencia; también en el control, la mano dura y aplicación de condenas fuertes a los culpables, en la preparación de los dirigentes y su conducta intachable como coordinadores de grupos y seres humanos que conozcan cada detalle de las diferentes labores e irradien ejemplaridad y respeto…
Es necesario que la estructura destinada a ese control y exigencia, que incluye el protagonismo de las diferentes organizaciones de base, funcionarios, inspectores, Contraloría General de la República, directivos, colectivos laborales…, funcione siempre bien, con plena conciencia de que el éxito nos beneficiará como nación y en lo particular como individuos, con múltiples sueños, cuya concreción depende también de los avances del país.
Cada quien debe sentirse dueño de la empresa u otro centro, velar por su buena marcha y no ceder en el afán de erradicar esa especie de «lucha» contemporánea y «raspe», sinónimos de robo, acaparamiento…. Aquí los buenos ejemplos son mucho mayores y debemos seguir avanzando. Resultan esenciales el esfuerzo, exigencia, sacrificio y conciencia de todos.