Amanece y Facebook me recuerda cosas que mi memoria no necesita siquiera refrescar. Pareciera que estoy allí, donde la pantalla me señala y no con un móvil en la mano reaccionando con emoticonos nostálgicos a aquellos tiempos tan distintos. En las fotos, tendría 70, quizá 80 libras de más. Y seis años menos.
Me cazó la pelea. Para él era fácil abalanzarse sobre una persona que hasta la brisa mueve. Solo le hacía falta que, en el momento exacto, el lugar escogido para actuar estuviera casi desierto.
Iré a Santiago, a Santiago. La nota aguda del Orfeón, las manos de Electo. Siempre dije que yo iría a Santiago. A casa, lorquianamente, en tren. Surcar nuestra delgada ínsula, el manjuarí dormido, el cocodrilo verde… es una hazaña física, una proeza mental.
Todavía hoy uno escribe Matanzas y siente el dolor en los dedos. Siente que las quemaduras están demasiado frescas, no solo en la piel.
Fidel se reía mucho de los planes de sus enemigos «para la era pos-Castro». Un día dijo que mientras ellos hablaban de ese momento, él trabajaba para ese momento.
Una vez más los azares irracionales de la naturaleza ponen a prueba la fuerza de nuestro pueblo, la entereza de una nación que no ceja en su esfuerzo por construirse frente a todas las severidades.
Con la voracidad y fuerza del más temible de los seres mitológicos, el fuego intenta devorar un fragmento cercano a la bahía de Matanzas. Lo cuentan las imágenes, sonidos, olores y testimonios que trascienden los perímetros de la base de supertanqueros de esa ciudad. Desde entonces, toda Cuba permanece en vilo.
Envejecer tiene sus ventajas. Los hechos se miran con las viejas pupilas que han visto tanto que casi lo han visto todo y se sopesan o valoran con un cúmulo de memorias y experiencias suficientes para espantar supersticiones y salvar la esperanza en los peores momentos.
«Agosto es el mes de la irritación», murmura alguien ante los resoplidos de un joven que no debe acumular más de 20 veranos: «Cuando llegue el monstruo voy pa’ dentro. ¡Estoy loco por llegar a mi casa, a ver si hay luz!».
Volvimos a tropezar con la misma piedra… ¿Y qué? ¿Dónde está la novedad? Disculpe el patinazo y siga, siga la lectura de esta premisa sobre cómo se enredó lo legislado que abrió el sendero para llevar al plato esa carne roja y apetitosa, por ahora causante de ilegalidades.