Con Luana ha sido distinto. Más paciencia, más conocimiento, más sensatez. Su salud en estos cinco meses de vida lo ratifican y el aumento de su peso, según lo establecido, lo evidencia. Y todos a su alrededor la apoyan.
MÁS de una hora esperó aquella anciana para que le dieran un nuevo tarjetón. Pero fue en vano. No había modelo ni siquiera para el certificado que debía avalarlo. Con amabilidad, la doctora le indicó que en la farmacia explicara lo sucedido y reclamara que en el tarjetón viejo le anotaran los medicamentos correspondientes a los meses sucesivos, porque todavía había espacio para notificarlos.
La insensibilidad parece haber carcomido el alma de no pocos compatriotas. Parece haberles anestesiado el corazón hasta convertirlo en un órgano sin palpitaciones, sin impulsos ante el problema ajeno.
Si el 1ro. de junio publiqué en estas mismas páginas mi admiración por el hecho de que, 48 horas después de haberse eliminado la obligatoriedad en el uso del nasobuco en el país, era mayor el número de personas que veía con él, hoy el motivo de estas líneas es todo lo contrario. Y preocupante.
No por gastada la frase pierde vigencia: ¡recordar es volver a vivir! Sí, en ciertos momentos echamos la memoria atrás para evocar instantes existencialmente memorables de nuestras vidas. Como resucitar a ese «fiñe» que se resiste con terquedad a desaparecer de nuestro mundo interior.
Se podrá o no estar de acuerdo, pero lo establecido por la ley sobre las ocupaciones ilegales de viviendas se va aplicando con mano de seda, calma y cierta dilación, gracias a que la legalidad se mueve mostrando un soplo esperanzador de que el orden todavía es posible.
«Aunque perezcamos todos, habremos salvado la dignidad y la vigencia de Martí en el año de su centenario», comentó Abel a su acompañante Pedro Trigo, y pudo verse la certeza asomada a sus gafas, las mismas con las que pulsaba el ambiente de un Santiago carnavalero que avanzaba hacia la madrugada del 26 de julio de 1953.
Detrás de la renunciación estaba la vida. Detrás de esa paradoja terrible, casi inexplicable, que es la de ir con toda serenidad y conciencia al encuentro de la muerte, se encontraba el nacimiento de un nuevo mundo, de una sensibilidad diferente.
Quiero dedicar estas modestas reflexiones que acabo de escribir a aquellos que durante años sufrieron discriminación y que hoy ya no están con nosotros, pero que no olvidaremos nunca porque nos legaron su ejemplo de estoicismo y valentía civil y moral.
Hace unos tres lustros, asistí a un debate en una comisión del Parlamento cubano en el que Mariela Castro Espín, con una pasión que nunca desmaya, proponía ideas para un posible Código de Familias, quizá no tan amplio como el proyecto que hoy espera por la decisión popular, pero igual de progresista en su esencia a favor del Derecho familiar que merecemos.