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Colores: El imperio de Mariela Camps

La artista reconcentra en sus piezas todos sus saberes estéticos, que vienen de la enseñanza, del estilismo, del desvelo; que vienen de la resiliencia, del arte sanador y del arrojo

Autor:

Reinaldo Cedeño Pineda

Cuando ella deja a sus manos hacer, los colores se arremolinan, se distienden, se prolongan en suaves tonos o se encienden en llamaradas. Su línea remarca los contornos de sus seres mágicos, con naturalidad, sin alardes.

Cuando escoge el tiempo, la pequeña mesa de su cocina se convierte en la gran tela de su imaginación. Ella siempre estuvo preparada para regalarnos su mundo (no se puede contener lo que nos bulle, lo que desborda); mas ha sido paso a paso, hasta despejarse la niebla, hasta confluir los caminos.

¿De dónde llegan estas damas juncales, cálidas, pizpiretas? ¿En qué momento nos conceden su duende? ¿Cómo nos tocan con sus dedos gráciles? ¿Qué ojos son esos, desmesurados, libres, soles pequeños, lágrimas escondidas? 

Berta Mariela Casanova Camps (Mariela Camps) reconcentra en sus piezas todos sus saberes estéticos, que vienen de la enseñanza, del estilismo, del desvelo; que vienen de la resiliencia, del arte sanador y del arrojo. Despejadas esas sendas a tientas, como destellos que al fin explotaron, aquí tenéis su naturaleza pictórica: su gama de azules, sus mariposas cual joyas aladas, sus cabellos púrpuras.

Mariela vive en una vorágine creativa desde su primera muestra, Trazos de amor (2023). Acrílico, tinta, pastel, lápices de colores… todo para exorcizarse sobre la cartulina, sobre el lienzo, sobre el barro cocido. Ella es el caso donde una existencia de plena madurez hace emerger una creadora de estreno.

Su muestra más reciente, bajo el título de Música es… resulta un tributo, una reverencia, un pase, un arcoíris. No son 11 piezas, son 11 hechizos. Si la música devino la gran oda de la cultura cubana, Santiago de Cuba es proa de esa nave particularmente pródiga, y la artista pone lo suyo, se rinde a las certezas.

Sus chicas florecidas (ora seductoras, ora inocentes), exhiben como broches sus sonoridades y notas, sus cuerdas y maderas. Sus ninfas tropicales llegan de un tiempo antiguo, sueñan ensimismadas. Por un instante, se asoman; con una seña imperceptible, nos invitan.

Hay un piano tocando.

Hay un adagio en esos rostros.

Sin estridencias, con la serenidad de aquellos que se han sentado a solas con la vida, corriendo el horizonte cada vez, ella merece esta celebración, nosotros nos la merecemos. Música es… y Mariela, también.

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