Con la voracidad y fuerza del más temible de los seres mitológicos, el fuego intenta devorar un fragmento cercano a la bahía de Matanzas. Lo cuentan las imágenes, sonidos, olores y testimonios que trascienden los perímetros de la base de supertanqueros de esa ciudad. Desde entonces, toda Cuba permanece en vilo.
De ahí que desde cualquier rincón se extiendan abrazos a semejanza de salamandras, anfibio bautizado por la historia como capaz de apagar la más fuerte de las llamas.
Hay una sola convicción: la urbe de robustos puentes y romántica poesía no está sola ni un segundo. Bastó conocer sobre el inicio del incendio para que la solidaridad tomara, una vez más, cuerpo en esta Isla.
Varios contingentes con personal de la salud declaran estar listos para aliviar, de ser necesario, a los heridos, y se acomodaron los escasos recursos técnicos de los centros hospitalarios en más de un territorio para compartir con los más necesitados.
También están las múltiples historias de hombres y mujeres, integrantes de los equipos de bomberos y voluntarios de la Cruz Roja, nuestros más anónimos héroes y heroínas, quienes dejaron sus camas destendidas y salieron hacia la Atenas de Cuba para, con sus saberes y experiencia, ayudar a domar a las insaciables llamas.
¿Y qué decir de quienes pilotean sobre el fuego los helicópteros de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) y se internan en el oscuro humo, a fin de aliviar con su cargamento de agua de mar las altas temperaturas de los tanques? Como muestra de apoyo en esa compleja labor, desde suelo espirituano despegaron cuatro aeronaves M-18 y un AN-2.
Hasta muy cerca de la base de supertanqueros, donde toman un respiro los hombres y mujeres de rostros tiznados, hasta los hospitales y centros de evacuación, han llegado mipymes, transportistas particulares y gente a pie con insumos diversos para hacer menos tensas las horas. Buscan aligerar las preocupaciones, hacer menos fuerte el dolor y abrigar todas las esperanzas posibles.
También los más distantes de la seductora urbe estamos de cara al mar, siguiendo minuto a minuto las noticias, preocupados por cada ser humano que palpita cerca del desmedido calor que desprende un pedazo de tierra yumurina. Tanto así, que no sorprenden quienes publican en las redes sociales su disposición para trasladarse hasta allá y acompañar a los vecinos matanceros, así como el agradecimiento infinito de cada gesto solidario llegado desde otros rincones del mundo.
Definitivamente, todo ese acompañamiento constante mantiene viva a Matanzas, la ciudad que cuando toda esta mala experiencia culmine, merecerá estar en un altar. Y con ella los hombres y mujeres que no duermen desde el viernes en franco duelo con la muerte, y quienes le dan horas de vida y esperanza a los heridos. Será nuestra más sincera gratitud por tanta resistencia y empeño para sofocar un hecho sin precedentes en esta Isla.
Y aunque ese paisaje, que desde cualquier punto de la bahía matancera arrancaba miradas de admiración por los firmes y gigantescos tanques de color plateado, desde ahora y por un buen tiempo estremezca, punce y duela tras tantas horas de horror, la Atenas de Cuba seguirá seduciendo.
Se disfrutará como siempre con su olor a salitre, el verdor del valle de Yumurí, sus versos benditos, sus compases legendarios y el constante coqueteo entre la tierra y el mar.