Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El trayecto hacia la cima

Autor:

Eduardo Grenier Rodríguez

Amanece y Facebook me recuerda cosas que mi memoria no necesita siquiera refrescar. Pareciera que estoy allí, donde la pantalla me señala y no con un móvil en la mano reaccionando con emoticonos nostálgicos a aquellos tiempos tan distintos. En las fotos, tendría 70, quizá 80 libras de más. Y seis años menos.

No soy yo, dicen algunos en la lista de comentarios. Sí, soy yo, el mismo chamaco capaz de encarar más de dos kilómetros en escalada sobre el nivel del mar, aunque los calambres casi fungieran como sismos en las gruesas pantorrillas. Soy yo, un poco menos flaco, un poco diferente por fuera, pero exactamente el mismo por dentro.

Si algo tienen las redes sociales de positivo son estas sorpresas. Pocos sacan un tiempo del día para recordar. Como mucho, en ratos de poca actividad, vienen pensamientos y añoranzas. Facebook, en cambio, te obliga a volver al pasado, te dice incluso aquello de que todo período pasado fue mejor… o peor. Depende del recuerdo.

Y no te perdona. Aunque no quieras rememorar sucesos, ahí está la notificación y las fotos que atestiguan un sentir pasado. Por eso hace pocos días casi volví a subir el Turquino en cavilaciones. Sentí la sed asfixiante del ascenso, el ansia de llegar a la famosa «manguerita» de una casa vacía a medio camino, las sudoraciones incontrolables.

Escuché, también, las palabras de aliento de mis amigos. Nunca nadie me hizo sentir tan importante como aquel día, cuando muchos con condiciones físicas idóneas para llegar media hora, una quizá antes de lo que arribaron a la cima, decidieron atenuar sus pasos para esperarme e instarme a continuar.

Recuerdo casi desfallecer en los metros finales. Y más que los sorbos de agua caliente o el bocado para reactivar las ya menguadas energías, hubo palabras que fungieron como descargas eléctricas de fe que me removieron por dentro. «Dale, que tú puedes», me decían y luego, para presionar y empujar más, me aseguraban que sin mí nadie seguiría.

Es la suerte, pienso hoy y pensé en aquellos minutos de cansancio supremo, de tener amigos fieles capaces de supeditar sus logros a los logros de la gente que valoran. Y si no hubiera sido por ellos, seguro estoy, jamás hubiese conseguido la encomienda.

En aquel entonces juré que el inclinado ascenso al Turquino jamás me vería un pelo. Mentí. No sé, a decir verdad, si tendré chance de volver. Y también sé que algunos caminos son menos disfrutables sin los amigos adecuados. Pero hoy, con estas libras de menos, se me antoja el reto de intentarlo otra vez y a lo mejor impulsar yo a otros con menos fuerzas para vencer el trayecto.

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