Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Una vez más…

Autor:

Profesor Manuel Calviño

Una vez más los azares irracionales de la naturaleza ponen a prueba la fuerza de nuestro pueblo, la entereza de una nación que no ceja en su esfuerzo por construirse frente a todas las severidades.

No hay conciencia en la emergencia de los fenómenos llamados naturales. No hay ni puede haber intencionalidad alguna, mucho menos ensañamiento. Solo hay el obrar de las fuerzas naturales, que unas veces hacen emerger y multiplicar la vida, pero en otras actúa contra ella. Por mucho que el conocimiento de la naturaleza ha crecido vertiginosamente, el conocer no hace indefectiblemente al controlar (y esto no lo digo con desánimo, sino con realismo y responsabilidad). Las predicciones superan con creces a los vaticinios,  los análisis científicos a las especulaciones. Pero como bien sabemos, lo improbable no es imposible.

Si además se suma la acción agresiva contra la naturaleza, sostenida por tantos años de «civilización», entonces la ecuación ignota se aprovecha más de las vulnerabilidades.

Una vez más los bomberos cubanos, socorristas, miembros de los cuerpos de seguridad, no dudaron ni por una minifracción de tiempo en entregarse en cuerpo y alma a salvar vidas y evitar que el peligro se extienda.

Así lo hicieron y lo hacen, impulsados por el deber y la ética, como aquel fatídico 17 de mayo de 1890 cuando el incendio de Isasi; con la valentía y entereza que acompañó a los que llegaron al muelle en el que, los terroristas de siempre, hicieron explotar el vapor La Coubre; con los valores que también construyeron la respuesta inmediata de jóvenes estudiantes en 1964 cuando el incendio de 12 y malecón y más recientemente en el trágico y lamentable accidente del hotel Saratoga.

En todos los rincones del país, y más allá, las personas acuden espontáneamente a brindar la ayuda posible a quienes más han sido impactados por la dolorosa situación. Un acto de solidaridad humana que emerge desde la espiritualidad, la sensibilidad, la unidad nacional, el sentido compartido de pertenencia a la Patria, a la nación. Porque Cuba vive, porque quiere vivir. Porque queremos que viva.

Una vez más cubanas y cubanos ven su existencia ensombrecida por el profundo dolor de la pérdida de familiares, seres queridos que yacen sin vida, algunos incluso sin saber tan siquiera dónde porque están desparecidos, personas heridas en el cuerpo y en el alma. Huellas que será muy difícil borrar del todo, que quedarán como llagas endeblemente cubiertas a merced del recuerdo.

El dolor es siempre dolor, pero cuando viene de la mano de lo inesperado, de lo irracional, de lo que no debía haber sucedido, entonces daña, lacera. Es ese un dolor para el que no hay medicamento que cure, que no tiene fórmula inequívoca de sanación. Eso sí, necesita y recibe compañía, apoyo, calor humano, comprensión. Una mano amiga, hermana, misericorde.

No hay consuelo eficaz, pero alivia mucho contar con la asistencia profesional indicada: médicos, enfermeras, luchadores por la salud y el bienestar tan necesarios en un momento tan complicado. (Gracias a mis compañeras y compañeros sicólogos que están allí, donde quisiera estar también yo).

Una vez más somos sometidos a una prueba de fuerza, a una prueba de resiliencia, a una prueba de amor solidario.

La fuerza de un país, de una nación, la fuerza del ser humano, se mide sobre todo en su capacidad de afrontamiento, de superación, de salir adelante. Por eso es axiomática la sentencia según la cual esa fuerza no reside tanto en no caer, cuanto en siempre levantarse y seguir adelante.

Una vez más un golpe devastador se cierne sobre nuestra Isla y cae con fuerza inusual sobre la Atenas de Cuba. Ralentiza los procesos en curso. Empaña la esperanza. Convoca al desánimo.  Impone la tristeza. Después de la tempestad parece venir un mal tiempo.

Desde el cinismo argumentado de Murphy podría decirse que nada es tan malo como para que no pueda empeorar. Desde la vocación humanista podemos afirmar que nada malo llega a ser tan definitivo donde hay personas, seres humanos, dispuestos a construir juntos los mejores designios de la vida, de la ética fundante de lo humano, sabiendo que «en el mundo hay dolor, pero no es dolor el mundo», como canta el trovador.

Entonces, una vez más el alma cubana brilla con luz propia, abraza a los que sufren pérdidas irreparables, acompaña a quienes son impactados por la agresiva escalada, esparce confianza y seguridad, proyecta su luz hacia adelante, se piensa y actúa como país. Porque llegado el momento «del recuento, y de la marcha unida» nadie vacila en «andar en cuadro apretado, como la plata en las raíces de los Andes».

[1] Palabras pronunciadas por el comandante Fidel Castro Ruz, primer ministro del Gobierno revolucionario, en las honras fúnebres de las víctimas de la explosión del barco «La Coubre», en el cementerio de Colón, el 5 de marzo de 1960.

http://www.cuba.cu/gobierno/discursos/1960/esp/f050360e.html 

 

Tomado de Cubadebate

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