La humildad cabe en el símbolo de la señal de tránsito que advierte: por aquí no se pasa. Tanto se le teme que muy pocos aceptan hoy asumir el crédito bochornoso de ser humildes, salvo en las autobiografías políticas: «Nací en el seno de un hogar humilde…». Nos enaltece haber nacido humilde, en casa pobre y honrada, pero no ser humilde, porque entonces la relación es diversa, casi opuesta.
La evolución de la especie no ha sido suficiente para evitar una y otra vez el error. Lo mismo de persona a persona, entre los gobiernos y el pueblo o entre naciones, la capacidad de escuchar de nuestra raza queda en entredicho, mientras el mundo sigue patas arriba. En no pocos puntos del planeta grupos minoritarios de seres humanos luchan por no morir desangrados mientras el «desarrollo» intenta alcanzarlos u otros pretenden imponerlo. ¿Por qué será?
Por estos días un buen «amigo» doblará la curva de las cuatro décadas y, sin ánimo de sentirse suficiente, ni grande, ni perfecto, merecerá unos minutos para mirarse frente a ese espejo de trazos humanos que desde hace algunos años le presta día a día a sus fieles seguidores.
Al llegar al aniversario 45 del fraterno diario de la juventud cubana, fundado por Fidel un día como hoy, durante el quinto aniversario de la integración del movimiento juvenil cubano en la Asociación de Jóvenes Rebeldes —preámbulo de nuestra Unión de Jóvenes Comunistas— tengo la satisfacción de transmitirles mi más cordial y sentida felicitación.
He regresado a mis años iniciales en el periodismo cuando, veinteañero, pude abrirme paso en una época donde quedarse fuera de la noticia del día o dejar que se te escabullera la buena, podía significar algo así como el fin de tus sueños.
«El pueblo más feliz es el que tenga
mejor educados a sus hijos, en la instrucción
del pensamiento y en la dirección de
los sentimientos». José Martí
Numerosas calles y avenidas de Cienfuegos están siendo reparadas como parte de un proceso expansivo de rehabilitación integral del entramado vial.
No, García Márquez, este diario indagar los rostros de la realidad y contar sus historias, aunque apasionante y bello, no es «el mejor oficio del mundo».
Como sucede con todas las ciudades de este mundo nuestro, la verdadera Habana existe en una dimensión casi nunca atrapada en las postales, difícilmente asequible al turista de paso por tratarse de una realidad que se da en pálpitos profundos, tácitos, demasiado apresurados y salvadores.
Por las ramificaciones nerviosas de Cuba anda Ernesto Guevara moviendo el carro de la Revolución. Sorteando obstáculos pero nunca vencido, va hoy por quebradas y senderos espinosos que él nunca imaginó, espoleando la vergüenza y el honor de este país para subir la cuesta de la redención humana.