En política es preciso proyectar los acontecimientos hacia atrás, para precaver certeramente hacia adelante. Ello no debería ignorarlo la izquierda latinoamericana en el Gobierno, pues se está jugando su existencia.
Muy temprano el viajero va preguntándose qué podrá distinguir a esta ciudad. ¿Las cúpulas? Acaso las doce combas que se echan al aire sobre la techumbre, gracias a la equilibrada delicadeza de albañiles catalanes, maestros ya sin nombres, ni firmas, podrían convenir para sobrenombrar a Cienfuegos la ciudad de las cúpulas.
Como si no bastara la luz que ha traído a los olvidados del Ecuador, la que perturba a los embriagados de tanto mando, ayer Rafael Correa traspasó los umbrales de la inmortalidad solo con su pecho de guerrero. No claudicó, ni negoció su vida a costa del destino de la Patria y el pueblo.
Sea más explícito cuando se refiera a la burocracia y al daño que ella pueda causar, me impele un lector. Y le agradezco la perentoria sugerencia. Porque a veces el comentarista escribe teniendo en cuenta las referencias vigentes en determinado momento de la sociedad. Habla suponiendo que los lectores están al tanto. Hay, pues, excepciones. Y lo primero que he de aclarar es que no suelo referirme a la burocracia, sino a la mentalidad burocrática.
Implacable e inoportuna se nos ha vuelto la naturaleza este 2010. Desde el arribo de los primeros días de enero, el mundo se estremecía cuando en Haití la tierra temblaba y se llevaba consigo la vida de miles de seres humanos y dañaba fuertemente la estructura de esa ya empobrecida nación.
Un médico le dice a otro: A este señor hay que operarlo enseguida. Y le preguntan: ¿Qué tiene? —Plata, le responde el cirujano.
En uno de sus movimientos en espiral ascendente —como dicen algunos pensadores que la Historia avanza—, esa señora del tiempo parece haber dado otra vuelta para colocarse, 50 años después, en el mismo punto de ánimos y urgencias vividos por Cuba aquel 28 de septiembre de 1960.
Llegué a La Habana un día después de la explosión de una bomba en el Hotel Copacabana, de la Calle 1ra., en Miramar, que terminó la vida de un joven turista italiano que tomaba un café a pocos metros de donde uno de los enviados de Luis Posada Carriles la había colocado, en un cenicero de pie que estaba situado al costado de la pequeña barra del lobby del hotel. Cada vez que voy a esa ciudad, me quedo en ese hotel o en casas cercanas al mismo.
Casi como quien pierde un ser querido, una muchacha me dice que le cerrarán su buzón de correo electrónico. Termina la vida estudiantil y el cupo de esa ventana digital debe cederse a otros. Ya ella no estará, por tanto su cuenta ha de morir.
Los cubanos no podemos engañarnos. Qué ocurre en Cuba, me parece que debemos preguntarnos antes de adoptar una reacción, a veces emotiva, ante lo que pasa. ¿La Revolución retrocede? A mí en cambio me resultaría más sensato preguntar si podrá avanzar manteniendo la actual situación, esto es, el papel preponderante del Estado en múltiples esferas, incluso en las de menos importancia, con su secuela de burocratismo, autoritarismo y el espejismo de un empleo geométricamente multiplicado sin contrapartida en eficiencia y productividad.