Los cubanos no podemos engañarnos. Qué ocurre en Cuba, me parece que debemos preguntarnos antes de adoptar una reacción, a veces emotiva, ante lo que pasa. ¿La Revolución retrocede? A mí en cambio me resultaría más sensato preguntar si podrá avanzar manteniendo la actual situación, esto es, el papel preponderante del Estado en múltiples esferas, incluso en las de menos importancia, con su secuela de burocratismo, autoritarismo y el espejismo de un empleo geométricamente multiplicado sin contrapartida en eficiencia y productividad.
Más bien, insistir en el paternalismo y el igualitarismo que una vez consideramos lo máximo en justicia social y derivó en desequilibrio de los empeños más justos, implica un modo de retroceder, porque no avanzaríamos, salvo que el Estado fuera tan rico como para solventar el derroche, la irracionalidad, la separación empobrecedora entre lo deseable y lo posible.
De todo ello ya hemos hablado en estas páginas, u otras voces más autorizadas lo han dicho. Y aunque uno quisiera disponer de más información, ya empiezan a verse cuáles son los propósitos de la actualización de la economía: poner al país en situación de despegue, de estimular el trabajo, de destrabar las fuerzas productivas que uno sabe subyacen medio ociosas en la históricamente probada capacidad de los cubanos para los esfuerzos y las iniciativas creadoras.
Comencemos, pues, a juzgar la realidad en doble dirección. Si somos prontos para la crítica, tolerémonos la autocrítica o la crítica hacia nosotros. E intentemos percibir que aun entre las medidas más severas se gestan fórmulas y hábitos muy provechosos. Por ejemplo, si la idoneidad ha de ser el rasero, el primordial, el único, para evaluar a un trabajador, ello impulsaría a que cada uno empiece a cuidar su empleo. ¿Cuándo, díganme, nos hemos ocupado, o preocupado, por preservar nuestro trabajo, si estaba tan a salvo, empotrado en la pared de leyes muy generosas y aplicadas por lo común sin mucha exigencia? No solo al Estado le puede seguir interesando que «yo» trabaje.
Me abstengo de maldecir ese pasado tan inmediato, que tanto de positivo dejó. Solamente he sugerido reacomodar la mentalidad promedio entre nosotros, los trabajadores, y asimilar que el bienestar personal y familiar requiere, sobre todo, de la participación honrada de los individuos. Peor sería que, para sobrevivir, en un número que no preciso, sigamos ligándonos al trapicheo, a la engañifa, a la estafita, a las artimañas del «bicho» cubano para «tumbar unos quilitos» a cualquier prójimo tan agobiado como uno, o chupándole las barricas al Estado, como al ciego el lazarillo de la picaresca clásica.
No parece haber opción. Pero unos dudan. Y se interrogan con angustia: qué voy a hacer. Por supuesto, aunque todavía no lo sepamos concretamente, ya intuimos que si un programa descongestiona plantillas, el hipotético «acápite A» del plan tendrá que ver con la creación de nuevos espacios —no habituales o un tanto limitados hasta ahora—, además de los existentes en sectores que a veces generan alergia laboral —agricultura, construcciones—. Porque, sin ánimo de desenrollar un teque propagandístico, que no me cuadra como ciudadano, ni me place profesionalmente, ¿podríamos concebir que en Cuba, la Cuba revolucionaria y de vocación socialista, proyectara reformas o actualizaciones invocando la racionalidad y en la práctica renunciara a lo razonable de su programa social? Claro, y se desprende de cualquier intento de mejorar al país, que se instalarán espacios —Raúl los anunció hace poco en el plenario de la Asamblea Nacional— para ganar, de veras, «el pan con el trabajo», un trabajo que en su reordenamiento dispondrá de medios para pagarse mejor y convertirse en un estímulo para vivir.
No parece lo más inquietante, sin embargo, que los ciudadanos nos obliguemos a extinguir en nosotros la vieja mentalidad inmovilista y acomodada a la política estatal de empleo para todos, aunque las personas se estropearan a cabezazos, o recibieran el sueldo por hacer una nimiedad, es decir, poco o nada. Nobleza y necesidad obligan a adaptarnos. Lo que más podría preocupar es que la mentalidad burocrática, nebulosa y descomprometida con los fines nacionales, distorsione leyes y decretos que buscan crear y salvar cuanto Cuba ha conquistado y merece. Un ojo, no alcanza. Abramos cien.