He regresado a mis años iniciales en el periodismo cuando, veinteañero, pude abrirme paso en una época donde quedarse fuera de la noticia del día o dejar que se te escabullera la buena, podía significar algo así como el fin de tus sueños.
Y he vuelto a esos momentos de la mano de una exposición de fotos sobre los recorridos de Fidel por Villa Clara. Porque en los últimos 40 años reporté muchas de sus visitas a la antigua provincia de Las Villas para inaugurar obras, acompañar a presidentes de otros países y recorrer el territorio tras el azote de ciclones.
Eran tiempos en los que, sin el auxilio de una grabadora, había que tomar nota y armar las versiones de lo ocurrido a toda velocidad contra el horario de cierre del periódico. El carácter vespertino de nuestro diario presionaba aún más al reportero.
Había que ir escribiendo la información a lápiz durante el traslado de un sitio a otro y, luego, buscar a toda carrera un teléfono para transmitir la noticia a la capital. Pero el descanso no llegaba ahí; después había que ampliar la información para la edición que circulaba en el interior del país, con cierre cerca de la madrugada.
Ahora, viendo algunas de aquellas fotos, recordé anécdotas nunca escritas debido a que no constituyeron en sí mismas un elemento noticioso.
Recuerdo que en el acto de inauguración de una escuela que había prometido el Comandante Camilo Cienfuegos, en Meneses, Yaguajay, un compañero se acercó a los de la prensa para solicitar que nos mantuviéramos a una distancia prudencial para facilitar el movimiento de Fidel y su comitiva.
Pero cuando el Comandante en Jefe apareció por un pasillo lateral, el también joven Normando Hernández, de la emisora villaclareña CMHW —hoy prestigioso comentarista deportivo—, con una de aquellas inmensas grabadoras y un micrófono todavía más grande, y este redactor avanzamos, discretamente, a su encuentro. Nunca he olvidado que Normando extendió la mano con aquel artefacto que colocó bien cerca del rostro de Fidel. Él nos miró, fugazmente, y continuó hablando. Y nosotros respiramos profundo. ¿De qué manera íbamos a comunicar la noticia si no escuchábamos lo que se hablaba?
En otra ocasión llegué a la oficina a redactar la información de un recorrido con Fidel. Compartíamos el mismo local los corresponsales de Granma y JR. Rápidamente comencé a escribir y, con la misma velocidad, iba sacando la cuartilla de la máquina y rompiéndola, porque no me gustaba el inicio. No sé ahora cuántas hojas había hecho trizas cuando, de súbito, el maestro de periodistas Santiago Cardosa Arias se viró y me dijo: «Lo mejor que puedes hacer es salir, dar una vuelta y cuando sepas cómo vas a empezar, sentarte a escribir». ¡Cuánto significó para mi formación periodística aquella lección, o aquella otra que me dio el colega Aldo Isidrón del Valle, ahora Premio Nacional de Periodismo José Martí, de saber volver tras la noticia que se enunció sin desvestirse a plenitud!
He tenido el privilegio de estar cerca de Fidel, de escucharlo y verlo exponer, serena pero enfáticamente, lo que para mí en ese momento parecía un sueño. Así fue durante un recorrido por el litoral de Corralillo. Al mirar aquella franja de playas, nos sorprendió a todos cuando delineó el surgimiento allí de bases de campismo. Y ahí están desde hace muchísimos años.
Nunca olvido aquellos momentos en que se le apreciaba alegre y feliz al inaugurar la carretera de Potrerillo a Cumanayagua —en el Escambray—, la textilera villaclareña o el primer tramo del ferrocarril rápido en Placetas, ni tampoco cuando infundía optimismo tras el azote de un ciclón y cómo su presencia hacía olvidar la desgracia ocurrida.
Ahora, al apreciar las fotos y mirar atrás, en imprescindible «vuelta de hoja», atesoro aquellos momentos como inolvidables.