Comienzo reconociéndolo en mí mismo. Creo que no necesito ir a casa ajena para encontrarlo. A veces, cuando estoy frente a la computadora, inmerso en ese «navegueo» casi constante por las realidades, las noticias, las promociones y los contenidos de todo tipo que nos llegan a través de Internet, suelo percibir cualquier llamado como a distancia. Por supuesto, no sucede permanentemente, pero pasa, y ya con eso basta para diagnosticar el mal.
Muchos intentamos dibujar el paisaje de ese primer día que se restaura cada noveno mes del año, y siempre nos quedamos cortos, con el adjetivo en levedad o en carencia.
Entre los obstáculos que entorpecen el perfeccionamiento del socialismo en Cuba, solemos enumerar la indisciplina, la improductividad, o el descontrol, el derroche, o la confusión que considera casi sinónimos el vínculo entre la nación que resiste ser absorbida por la injerencia extraña y la pasividad, ese engurruñarse a ver qué pasa.
El Dr. Alfredo Guillén Morales fue un político y periodista tunero de inicios del siglo pasado. Gastaba aún pantalones cortos cuando se incorporó al Ejército Libertador. Peleó en la toma de Las Tunas de 1897, a las órdenes del Mayor General Calixto García. Terminó la guerra con el grado de alférez.
No estaba muy seguro si escribir sobre las elecciones en el condado de Miami-Dade, ya que acerca de estas he escrito en varias ocasiones y cae uno en la posibilidad de volverse repetitivo. El problema es que siempre hay algo nuevo que decir sobre los procesos electorales que se llevan a cabo cada cierto tiempo en Gran Miami, que es como popularmente se conoce a este Condado.
Jaruco, pueblo que está a solo 30 kilómetros de la capital cubana, es una tierra de nobles. Lo fue siglos atrás, cuando títulos reales y ansias de nobleza se entrecruzaron con las palmeras, y lo sigue siendo cuando aún la dulzura de su nombre, proveniente de la voz indígena Axaruco —significa corriente de agua dulce— se desborda en sus moradores.
La ética, la justicia y la solidaridad están en la raíz misma de la formación de nuestra nacionalidad y se vinculan estrechamente con los problemas actuales que enfrenta la moderna civilización.
Como el morbo es el morbo y el dolor, también, es dolor, quisiéramos saber porqué ha aterrizado en un hospital de Montevideo, por estos días, nuestro Eduardo Galeano. Y digo «nuestro», no porque sea un producto más de esos que vende la gran, y muchas veces engañosa, vitrina de la literatura contemporánea, sino porque es ese Principito abandonado a su suerte en el desierto de los abandonos comunes.
De alguna manera la OEA ha vuelto a reivindicarse, y conste que no por una decisión predeterminada de quienes la domeñaron hasta hoy. Ha sido, sencillamente, la consecuencia de los tiempos: Latinoamérica y el Caribe se transforman y, por ende, la Organización de Estados Americanos también, al punto de presentar, tal vez, la disyuntiva de si debe ser eliminada por su inoperancia para resolver nuestros problemas —necesidad expresada por más de uno de sus miembros—, o si vale la pena aún dar la batalla contra el Imperio desde dentro de ella, como el mundo pudo contemplar en su más reciente cita ministerial…
La idea nace del veterano colega Héctor de Arturo, prestigioso escritor y periodista: ¿por qué no «bautizar» a la Ciudad Deportiva habanera con el nombre de Teófilo Stevenson Lawrence?...