Entre los obstáculos que entorpecen el perfeccionamiento del socialismo en Cuba, solemos enumerar la indisciplina, la improductividad, o el descontrol, el derroche, o la confusión que considera casi sinónimos el vínculo entre la nación que resiste ser absorbida por la injerencia extraña y la pasividad, ese engurruñarse a ver qué pasa.
Y no nos equivocamos: son evidencias de viejas estructuras y flashazos de la «vieja mentalidad» —en parte, secuela de aquellas— que facilitan cierta incomprensión de las transformaciones del presente. Pero, a mi parecer, pueden mencionarse otros aspectos y circunstancias desfavorables para el acierto de cuanto nuestra sociedad concibe e instrumenta como medio de crecimiento y, desde el crecimiento, propiciar el desarrollo. A este articulista le inquieta de modo particular cualquier acción que se dirija a conceptuar la economía como expresión maquinal o automática.
La economía —quién podría dudarlo— es asiento básico del progreso social y material, del orden y el estímulo de las fuerzas productivas, y generadora sutil de actitudes. Sin embargo, la economía, al menos la nuestra, que se enrumba y reordena como salvaguarda de la justicia social, no podría solo elegir y construir el sostén mediante un programa de acrecentamiento de los medios para producir riquezas, a costa incluso de los menos favorecidos. Ello equivaldría, en nuestro caso, a desviarse hacia el «economicismo». Esto es, hacia la distorsión de los propósitos de consolidar un socialismo que no distribuya la pobreza como virtud igualitarista.
Tengo que explicarme. Esa desviación «economicista» podría articularse cuando no miremos y evaluemos sobre todo con el corazón nuestra realidad y la puja por trascender las insuficiencias y deficiencias que la lastiman. Y he virado al revés el recurrente refrán, porque necesitamos que el corazón vea para que los ojos físicos sientan y se percaten de que cualquier medida, cualquier ley, a pesar de la severidad que las circunstancias reclamen, ha de aplicarse desde la política y con la política. Eso es, para mí, ver con el corazón.
Política es, en Cuba, tener en cuenta a las personas. En esencia la política lleva en su etimología el ocuparse de los asuntos de la ciudad. Y con ello distinguir entre uno y otro problemas, una u otra prioridades. Y distinguir, en particular entre los ciudadanos, cuando hemos de dar o de quitar. Por ello, los imprescindibles reajustes de la asistencia social no se han extendido a todos los beneficiados. Ahora bien, ¿comprendemos qué responsabilidad se asume cuando hemos de retirar, u otorgar, una prestación, y solo comparamos la solicitud con el articulado de la ley, sin un análisis vivencial de la relación entre lo general y lo individual?
A veces, no lo comprendemos. Pongamos por caso: un padre, ya jubilado, y sin otro ingreso, pide la restitución de la ayuda oficial, para su hijo con trastornos psíquicos y motores, contraídos al nacer a causa de un parto demorado. Y desde la oficina pública le responden, como argumento complementario de los artículos o incisos legales, que el aspirante a ser favorecido tiene, en su núcleo familiar de tres personas, más de un mínimo mensual de 25 pesos. Así, con cifras desnudas, el argumento sonaría justo. Pero se soslaya que hoy esa antigua cantidad no garantiza lo básico, y menos a un enfermo cuyo medicamento principal cuesta mensualmente 30 pesos, más las visitas periódicas al médico en la capital y la adquisición de ropas y zapatos que el joven, de 31 años, rompe con excesiva frecuencia en sus accesos de violencia.
Ojalá pudiera convertir este ejemplo en supuesto. Utilizo la anécdota, porque favorece mi tesis. Advierto, no obstante, que no puedo, bajo el riesgo de calarme la capucha del oportunismo, acudir a la Constitución socialista para exigir principios pensados y aprobados en época diversa a la actual. Lo sabemos: la situación de Cuba, hoy, en muy poco se parece a anteriores circunstancias. Pero, permanece vigente el ideal y el trabajo de edificar un socialismo sustentable. Y en estos momentos, hay aspectos pendientes de ejecutarse. Por tanto, no sería razonable exigir lo que ahora el país no tiene, a pesar de su empeño socialista.
Fue la Revolución la gestora de la protección social y física de la ciudadanía. Y si hoy es urgente reducir lo que, quizá una vez, se excedió, no quiere decir que las tijeras sean manipuladas en los casos concretos por dedos sin ojos. Y, sobre todo, sin un corazón que vea desde la política y la ética el centro de nuestra obra: el ser humano. Corazón que no ve… error que no se siente.