De alguna manera la OEA ha vuelto a reivindicarse, y conste que no por una decisión predeterminada de quienes la domeñaron hasta hoy. Ha sido, sencillamente, la consecuencia de los tiempos: Latinoamérica y el Caribe se transforman y, por ende, la Organización de Estados Americanos también, al punto de presentar, tal vez, la disyuntiva de si debe ser eliminada por su inoperancia para resolver nuestros problemas —necesidad expresada por más de uno de sus miembros—, o si vale la pena aún dar la batalla contra el Imperio desde dentro de ella, como el mundo pudo contemplar en su más reciente cita ministerial…
So pena de quedar otra vez completamente aislado, ni siquiera Estados Unidos, la potencia acostumbrada a hollar cualquier suelo y que ha manipulado a su antojo al propio foro, pudo oponerse a la resolución que, el viernes, refrendó en su seno el respeto a la integridad de las Embajadas, como garantía necesaria a todos los Estados de que seguirá siendo inviolable su soberanía nacional, representada en el territorio que ocupa cada una de sus legaciones diplomáticas.
Fue ese pronunciamiento no solo un triunfo de Ecuador en su aspiración —lograda— de que el organismo tomara cartas ante la «advertencia» de que ha sido objeto por parte de Londres (el Reino Unido ahora dice que eso no fue una amenaza) cuando, molestos los británicos por el asilo diplomático que la nación sudamericana concedió al fundador de Wikileaks, Julian Assange, afirmaron que podrían entrar al inmueble de la Embajada de Ecuador para tomar al periodista por la fuerza.
Hubo más: con el respaldo a Quito se salvaguardó también el respeto al Derecho Internacional y, con ello, la integridad de los países pequeños que, ya sea en Latinoamérica y el Caribe o en cualquier otra parte del mundo —veamos, si no, los casos de Libia, Siria e Irán— han sufrido o sufren la prepotencia de los grandes y su superioridad militar y política… Esta última, claro está, habida cuenta de la demostrada endeblez de la ONU para frenar a esos que la desgobiernan.
Pero, por supuesto que la posición hipócrita de Estados Unidos en la Ministerial de la OEA tenía que tomar en cuenta los nexos con sus aliados. Por eso, EE.UU. —de donde salen, precisamente, las presiones para que no se salve el pellejo a Assange, quien dejó a Washington desnudo en sus impudicias con las develaciones de su sitio web— dio apoyo a la resolución; pero manifestó reservas y se abstuvo de dar visto bueno al artículo que expresó la solidaridad de la totalidad del continente con Ecuador… De todo el continente, digo, con la excepción entendible de Canadá, que no acompañó el texto por considerarse parte de la mancomunidad británica de naciones, con lo que puso sobre el tapete la manera rara en que sus gobernantes de hoy interpretan la posición geográfica de su país en Las Américas.
Poco más, pero valioso, hay que agregar: la postura unida de una Latinoamérica y el Caribe que, con los lógicos matices de las diferentes posturas ideológicas que asumen sus Gobiernos, cerró filas frente a Gran Bretaña y, sin miedo, le puso el Pare a la potencia. A estas alturas, nadie quiere ser vilipendiado. Con Ecuador, todos quedamos a salvo.