El Dr. Alfredo Guillén Morales fue un político y periodista tunero de inicios del siglo pasado. Gastaba aún pantalones cortos cuando se incorporó al Ejército Libertador. Peleó en la toma de Las Tunas de 1897, a las órdenes del Mayor General Calixto García. Terminó la guerra con el grado de alférez.
No eran los únicos méritos de aquel hombre de verbo florido e impetuoso carácter. Al fundarse el Partido Conservador en la comarca, él fue su primer correligionario. Luego estudió Odontología y lo eligieron representante a la Cámara. Desde su curul puso en discusión un proyecto de ley para que los municipios cubanos dispusieran de servicios dentales.
En su currículo figuraba, además, haber ocupado cargos tan importantes como Consejero Provincial de Oriente, Gobernador Civil interino y hasta Gobernador Civil titular. Siempre favoreció los intereses de su terruño de origen. Más de una obra de la ciudad obtuvo compostura gracias a su apoyo.
Con tan rico palmarés a guisa de pieza de convicción, y según registra el Libro de Actas del Ayuntamiento de Victoria de Las Tunas, el 21 de julio de 1917 varios concejales de ese concilio propusieron una iniciativa que, a todas luces, marcó el debut de la era de la «chicharronería» política local.
La idea sugería que, «en vistas de los méritos adquiridos por el doctor Alfredo Guillén Morales durante el tiempo en que formó parte del Concejo Provincial de Oriente, y considerando que la única recompensa que pueden los pueblos dar a sus favorecedores es la recompensa moral que demuestre, además de gratitud, cuánto se aprecian sus servicios», se rebautizara la calle Colón con el nuevo nombre de Gobernador Guillén.
A pesar del entusiasmo que le insuflaron sus patrocinadores, el proyecto fue objetado por sus colegas de la municipalidad. Ellos creyeron arbitrario cercenarle el celebérrimo nombre del Gran Almirante a una de sus vías más populosas, exhibido en todas sus esquinas desde 1884. No, por agradecidos que le estuvieran al doctor Guillén, no les pareció correcto.
Pero los concejales eran tercos como mulas. Y, para evitar que su «guatacazo» terminara en el cesto de los desperdicios, replicaron con una segunda opción: «Bien —alegó uno de ellos— aceptamos que no sea la calle Colón la del cambio de nombre. Pero, ¿y qué tal si se lo quitamos a la calle Canoa?».
El golpe de timón generó una acalorada y bizantina discusión en la que la indefensa calle Canoa —bautizada así desde 1868— devino mártir. Así, por mayoría, el Ayuntamiento de Victoria de Las Tunas acordó privarla de su nombre y llamarla en lo adelante Gobernador Guillén.
Sin embargo, la novedad urbanística tendría efímera vigencia. A juzgar por el acta del 1ro. de abril de 1918 del propio cabildo tunero, tan pronto la componenda de los concejales aterrizó sobre la mesa del Ministro de Gobernación, su titular se escandalizó. «¿Pero han perdido la razón estos señores? —chilló—. ¿Acaso ignoran que la Constitución de Cuba prohíbe identificar con nombres de personas vivas los lugares públicos?». Y acto seguido ordenó vetar el acuerdo.
Obviamente, el rechazo ministerial provocó insondable desencanto entre los valedores de la propuesta. ¡Hasta el doctor Guillén sintió en su alma la mordida de la desilusión! Pero, como la venganza es un plato que se come frío, se armó de paciencia. Y al cabo de un año llegó su desquite.
En efecto, pasados 12 meses del fracasado intento de sus admiradores para eternizar su nombre en una calle de la ciudad, el doctor Guillén tuvo la enorme dicha de convertirse en padre de un hermoso niño. ¿Y saben con qué nombre lo bautizó? ¡Pues con el de Gobernador Guillén!
A la semana de nacido el párvulo, remitió un telegrama al Ministerio de Gobernación con este lacónico texto cargado de ironía: «Señor Ministro, me acaba de llegar un hijo varón y se llamará Gobernador Guillén. Vea si usted es capaz de vetarme como inconstitucional ese acuerdo. Mis respetos, Dr. Alfredo Guillén Morales».
Y, desde luego, no se lo vetaron.