Alguien me había alertado de que me asombraría al verla por vez primera, de que sus poses y pensamientos impacientes, a pesar de la edad, me provocarían un sentimiento de alegría pura, gracias a esa gentileza casi inadvertida por ella, casi heredada desde el campo de la cuna, con la que logra desprenderse de sí y entregarse a cada rato en la delicada exactitud de sus gestos, pródigos en encantos humanos.
Cada vez que culmina un gran evento quedan en el ambiente sus acontecimientos más sobresalientes, tanto los plausibles, como aquellos que descollaron negativamente.
Todos podemos tener un vecino como Manolo, adicto al alcohol. Un tipo que es buena gente, simpático, servicial y hasta respetuoso con los demás… siempre que no se haya dado dos o tres «malucazos». Porque cuando esto ocurre, Manolo grita, llora, patea, tira las cosas, ofende a su mujer e hijos, y hasta a su madre; ni qué decir de los vecinos, si la coge con alguno de ellos. Esa es la diferencia.
Primero fue la contemplación de la costa sur oriental. El río se juntaba con el mar, el mar y la montaña, el mar y el cielo. Vimos caer la tarde. El sol plomizo sobre las aguas se desvanecía. Vimos la espuma blanquísima de las olas y recogimos unas piedras. Algunos buscaron piedras redondas, otros recogieron piedras que simularan huevos de avestruz, otros una piedra mineral, y otros alguna piedra que no fuera tan hermosa pero que quedara en el recuerdo. Como, por ejemplo, una piedra partida a la mitad para dedicarla a un amigo, y decirle: «la mitad que falta se integra cuando estoy contigo, y cuando no, sabes que voy a regresar».
Aún con la sangre hirviendo por la emoción tras estos XXX Juegos Olímpicos, una pregunta asalta a todos los amantes del deporte en este terruño: ¿realmente superamos en Inglaterra nuestro desempeño de Beijing hace cuatro años?
No vengo a vestirme de abogado defensor ni a justificar dolorosas derrotas, como la sufrida en los recién finalizados Juegos Olímpicos por Dayron Robles, el recordista mundial de los 110 metros con vallas.
Londres.— «Se te acabó la peseta», me hubiese dicho un buen amigo de la infancia en circunstancias como estas. Y yo respondería, satisfecho, que me gasté más de un peso.
Estás a punto del milagro. Podrán saltar de sus ojos a los tuyos y bañarte. Estrellas que encenderán el cuarto como nave mágica. Nave que irá hasta los más íntimos rincones de tu cuerpo y de tu espíritu a acariciarlo con todas sus chispas. Chispas que quizá quemen tus sábanas. Sábanas que pueden ser testigo de un momento único e irrepetible.
Un nuevo aniversario del natalicio de Fidel, esta vez el 86, nos incita a reflexionar sobre el inagotable caudal de ideas y enseñanzas que nos brinda su batallar incesante durante casi siete décadas en el terreno de la política.
LONDRES.— Todas las noches, desde que estoy en esta ciudad, exprimo mi cada vez más agotado cerebro para llenar este espacio. Es como un ejercicio de autodisciplina que, para ser sincero, muy pocas veces logro terminar.