La figura del trabajador social se hace cada vez más cotidiana. Las acciones de este contingente de jóvenes nacidos con la Revolución por partida doble (por su fecha de nacimiento y por ser producto de los programas de la Batalla de Ideas) se extienden por todo el país. Son esperanza y apoyo. También confianza y compromiso. Se han preparado técnica y políticamente para participar en una lucha sin cuartel a favor del bienestar y la felicidad. Y para eso cuentan con un poderoso instrumento de trabajo: su comportamiento, en el que no solo tienen un factor de facilitación en la solución de algunos problemas que aquejan a las personas con las que trabajan, sino sobre todo un referente de conducta cívica, ciudadana, que invita a ser «imitado».
Las esquinas donde convergen calles céntricas o que se ubican cerca del corazón palpitante de las ciudades o de las pequeñas comunidades, resultan preferidas por los negociantes, en cualquier lugar, al estar justamente en el camino del transitar numerosísimo.
Cuando no te hace reír, el humor, al menos, te deja pasmado. Días atrás, desde una casa, un equipo de música expandía a bocina batiente la voz de un humorista. Allí estaba el jolgorio de los que oían la grabación. «¿De qué se reirán?», pensamos. Y de pronto apareció el chiste con su mala palabra. Uno de los asistentes abrió los brazos y dijo: «Verdad que es un bárbaro. ¡Oye eso!».
Empecemos por una justificación. Durante tres viernes esta columna ha estado ausente. Yo también. Y no me alcanzó el tiempo para adelantarla, como es habitual. Mi ejercicio docente me trasladó a Cienfuegos donde impartí un diplomado de periodismo literario. Eso suena muy rimbombante. Pero no crean que mi persona tiene la dimensión que producen ciertos ruidos. Soy simplemente un hombre que intenta servir a sus compatriotas. Y el mérito, en esta experiencia cienfueguera, pertenece a mis compañeros: me soportaron con respeto e interés.
«Sé desaparecer. Pero no desaparecería mi pensamiento...», escribía el Hombre de La Edad de Oro casi al final de la carta testamento dirigida a Manuel Mercado, horas antes de su siembra en el suelo de la Patria. Y así fue.
El reciente escándalo protagonizado por el ex directivo de la Fundación Nacional Cubano Americana (FNCA), José Antonio Toñín Llama, al acusar a varios de sus «cúmbilas» terroristas de esa tenebrosa organización de haberlo estafado y arrojado a la ruina económica, pone sobre el tapete nuevamente las permanentes acusaciones de Cuba sobre el involucramiento de ese grupo de terroristas en una criminal y solapada guerra sucia contra el pueblo cubano.
El filósofo Diógenes el Cínico hizo renuncia absoluta a los bienes materiales, por eso se escandalizaría si leyera los datos que acaba de hacer público el Banco Mundial que demuestra la enorme desigualdad entre países ricos y pobres.
Por donde lo abras, el equipaje poético de Cintio Vitier siempre te devolverá una imagen de su padre, Medardo. Una vez le pregunté al autor de Ese sol del mundo moral cómo encontró a Martí, y él, acariciando la mesa que construyó su abuelo, en la que escribe y redime todos los recuerdos, contestó: «Con mi maestro: mi padre».
No recuerdo si el profesor Calviño trató este tema alguna vez en su programa, aunque es casi seguro que sí, tomando en cuenta los años que lleva hablándonos de lo humano y lo divino. De cualquier manera, si lo tocó, vale la pena que reflexionemos una vez más acerca de una de esas cosas que incomodan tanto y que son tan fáciles de evitar. Porque estoy seguro que más de una vez usted se ha encontrado ante esa frase descortés y agria, el incordio que da título a esta crónica, y cuyo uso se ha extendido como una plaga. Veamos algunos ejemplos, desde los más comunes, tanto que ya casi no incomodan, hasta los más absurdos y agresivos.
«Al pan, pan, y al vino, vino», decían nuestros mayores para significar cuánto vale llamar las cosas por su nombre. Las más de las veces, los disfraces perjudican, esconden el problema. Hacen como que desaparece, y ahí queda, agazapado, aguardando el momento justo para saltar y ocasionar un perjuicio mayor.