Quizá a usted le suceda lo mismo y haya renunciado a creer en cierta palabrería, en frases dichas bajo la presión del compromiso o alentadas por los vientos de la conveniencia, las cuales se diluyen con la misma celeridad con que salieron al aire.
El Primero de Mayo tiene para mí, creo que como para todos los trabajadores cubanos, el sabor de la fiesta de nuestras razones, esas por las que hemos llegado hasta aquí y las que queremos seguir proclamando ante el mundo.
El discurso de Raúl en la Cumbre de las Américas, su llamado a volver sobre la historia y la ratificación de que Cuba será fiel a sus ideales, hacen que este Primero de Mayo sea extraordinario para todos los cubanos.
Era un niño y estaba en segundo grado cuando participé en un Primero de Mayo por primera vez. Recuerdo que «metí» la perreta más grande del mundo, porque en el desfile pasamos frente a una piscina y yo me antojé de bañarme. Mi madre y los que andaban con nosotros empezaron con el «Niño, pórtate bien» y esas cosas. Pero al final, cuando todo terminó, me llevaron para la piscina. Porque yo seguía con el llanto.
La primera vez que desfilé un Primero de Mayo no tenía conciencia de la significación del momento. A los cuatro años de edad iba sobre los hombros de mi padre con una cinta en la cabeza que decía «¡Patria o muerte»! Guardo la foto, que sirvió de portada para la noticia del periódico Girón de mi provincia.
Casi todos quedan sorprendidos cuando el Doctor José Fernando Martirena Hernández, director del Centro de Investigaciones de Estructuras y Materiales (Cidem), de la Universidad Central Marta Abreu, de Las Villas, cuenta que en la India se había reconstruido un edificio con la utilización, prácticamente, de sus propios desechos.
Eran más de las diez de la mañana. A aquella mujer le corrían las lágrimas, como quien había recibido una noticia fatal. La vi en uno de esos lugares donde jamás imaginé estar. La observaba atento, quizá como ella misma hacía con cada imagen y expresión de aquel hombre que, en la TV, daba una clase magistral de historia y en ese instante hablaba enternecido de otro, que más allá de cualquier territorialidad, se sintió patriota de Latinoamérica y del mundo: el Che.
La dependencia de las coyunturas exteriores ha sido una espada contumaz sobre la historia de Cuba. Valdría el esfuerzo investigar cuántos proyectos, cuántos propósitos de mejoramiento, se frustraron por la presión de circunstancias foráneas en diversos momentos del discurrir nacional durante las cadenas de la colonia y luego en la república de papel.
A lo largo de 200 años, surgieron en Cuba pensadores, poetas y artistas brillantes, en proporción desmesurada respecto a la pequeñez de la isla y a su escasa población. Y hubo también científicos destacadísimos, como Felipe Poey, Carlos J. Finlay y Fernando Ortiz, por mencionar tan solo unos pocos nombres. A pesar del proyecto reformador de Varona, la ciencia no alcanzó en la República Neocolonial el crecimiento deseado. Pesaba sobre nosotros el brutal condicionamiento de un capitalismo periférico dependiente, condenado al subdesarrollo. La voluntad política y el proyecto emancipador lograron en algo más de medio siglo, el desarrollo de una base científica de alto nivel que entrega al país una nueva dimensión cultural y ofrece una fuente de ingresos económicos. Todo ello es el resultado de un diseño estratégico audaz, nutriente de un valiosísimo capital humano, capacitado para garantizar una producción con importante valor agregado, superador de la precaria oferta de materias primas, sujeta a los vaivenes del mercado exterior.
En la mañana del 14 de abril de 1895, guiados por José de Jesús Leyva, los expedicionarios del vapor Nordstrand, Máximo Gómez, José Martí, Francisco Borrero, Ángel Guerra, César Salas y Marcos del Rosario, abandonan su campamento de dos días, en la cueva «del Templo».