Conmueve y emociona ver regresar a quienes ponen en riesgo su propia vida para salvar las de otros y toman decisiones a las que por lo común nunca nos atreveríamos. Entonces estremece verlos llorar desconsoladamente, al recordar esas duras horas y cerrar y abrir los ojos porque volvieron salvos, y otra vez están en casa.
Ninguno se esconde para llorar. Las lágrimas no hacen mella a su virilidad. Lo saben, son más hombres ahora, más humanos, vencieron la muerte, o al menos la evadieron.
«Pasó mucho tiempo desde la despedida de nuestra familia. Era una misión nueva, teníamos mucha teoría, pero la realidad fue tremendísima», recuerdan con exactitud unos, aún con la voz entrecortada.
«Ahora todo lo aprendido en ese dramático escenario hace de Cuba una potencia real para el enfrentamiento de estas enfermedades hemorrágicas, virales, las cuales pueden volver a ocurrir», aseguran orgullosos otros.
«Hasta sabemos cuáles son los mejores trajes a nivel internacional, los más usados, resistentes. Incluso, fuimos llamados para establecer la guía mundial de prácticas del tratamiento del ébola en pacientes pediátricos: todos reconocen el actuar de Cuba».
Y cada una de esas palabras no son solo afirmaciones apasionadas. Según cuentan ellos mismos, cualquiera quería trabajar con los cubanos: alemanes, británicos, estadounidenses; ser atendidos y curados por los cubanos: en Sierra Leona, Liberia, Guinea Conakry.
Fueron los de esta Isla muy valientes, aunque ninguno de sus rostros haya salido en la portada de la revista Time dedicada al suceso, y nadie cuente cómo muchos especialistas extranjeros no se atrevían a entrar a la «zona roja», mientras repetían su teoría de lavados de manos y medidas de seguridad, lejos de los pacientes moribundos o sobrevivientes, a cuyo lado estuvieron siempre los cubanos.
Las muestras de cariño llegaron de todas partes del mundo, sobre todo de quienes nos quedamos en este lado de América, rogando a los poderes divinos por su protección, atentos a cada una de las noticias llegadas desde esas naciones africanas.
Bien lo sabe el doctor holguinero-tunero Ronald, presto siempre a compartir fotos, estados de ánimo, mensajes de los colaboradores, y quien al mismo tiempo respondía con flores, gestos de cariño o apenas un par de palabras, a quienes le manifestaron apoyo por las redes sociales.
Bien lo supo el doctor Félix Báez Sarría, en cuya cabecera de la cama en el Hospital Universitario de Ginebra estuvieron millones de cubanos pendientes de su recuperación, y de fiesta aquella tarde cuando regresó sano a la Isla.
Pero, pese a la constante comunicación con la familia y amigos, imprescindible para esos días al lado de la muerte, no pudieron describir aquella noche del domingo 18 de enero cuando falleció de paludismo Reinaldo Villafranca.
«Hubo un momento de depresión muy difícil para nosotros. Nos trancamos en las habitaciones, no sabíamos qué hacer. Y nos sobrepusimos a la muerte, porque es la única forma de seguir adelante».
Si bien es difícil para todos narrar aquellas horas, quienes estuvieron en hospitales pediátricos sufren doblemente porque «siempre es más duro ver morir a un niño».
«En un brote epidémico es preciso salvar a la mayor cantidad de personas, y debimos dejar de tratar a quienes no tenían solución y continuar con los otros. Tuvimos que amarrarnos el corazón para establecer esa prioridad», recuerdan algunos.
«A veces una madre veía a su hijo muriendo, nos hacía señas hacia el área segura donde estábamos. Aunque hubiéramos acabado de salir volvíamos a colocarnos el traje y entrábamos. Eso lo hemos aprendido en Cuba, que el paciente muera con dignidad, con una mano amiga, sosteniéndolo».
Ahora otros valientes salvan vidas en Nepal, y aunque la situación no es tan dura como la provocada por el ébola, trabajan entre escombros, en atípicos hospitales, a veces sin decir una palabra, por el idioma diferente; laboran sin descanso.
También por las redes nos hacen llegar sus fotos, y esas dicen más que mil palabras. En la cuenta @CubahelpsNepal publican las imágenes de cada día, la sonrisa de los niños curados, de la gente capaz de reconocer en los cubanos ese altruismo tantas veces olvidado.
Todos ellos son también integrantes de la Brigada Médica Cubana Henry Reeve, propuesta para recibir el Premio Nobel de la Paz.
Como quienes sobrevivieron y contribuyeron a detener el ébola en África, entre la satisfacción del deber cumplido y la alegría del retorno a casa, nuestros médicos relatarán las madrugadas de insomnio, las noches llenas de sensaciones extrañas, los gritos de las madres y entonces…. el llanto no los dejará continuar.
Son seres humanos, por sobre todas las cosas, pero no se dejan vencer por los desafíos. A su lado, escuchándolos, lloraremos entonces amigos, colegas, familiares, dirigentes y periodistas.
Ninguno ha estado allí, donde esos hombres y mujeres se superan a sí mismos, pero sabemos qué se requiere para resistir tales momentos. Las lágrimas no mellan la valentía.