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La Tía Rosa de Cuba

Desde Cienfuegos, su ciudad adoptiva, la espirituana Rosa Campo Pérez se ha convertido en uno de los referentes más importantes de la música compuesta para niños en el país. Chivirico rico, Reyes del son, Amanecer feliz, Maní... son apenas un botón de muestra de quien logra universalizar lo cubano con belleza y calidad

Autor:

Lisandra Gómez Guerra

SANCTI SPÍRITUS.— No fue necesario realizar mucho esfuerzo en la promoción de los espectáculos para que el Teatro Principal de la urbe del Yayabo volviera a demostrar que es pequeño para los grandes acontecimientos. Algunos reportes radiales, un post en Facebook y la cartelera en el portal de la institución resultaron suficientes para que media ciudad corriera a ver a Rosa Campo Pérez, la tía de tantas generaciones.

Rostros de diferentes edades siguieron desde sus butacas cada uno de los antológicos temas que hicieron volar con rapidez ambas mañanas de encuentro, a finales de diciembre del pasado año, cuando fue agasajada por la Dirección provincial de Cultura y el Comité provincial de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac), de Sancti Spíritus, en una de las presentaciones.

Chivirico rico, Reyes del son… pusieron de pie al auditorio que no pudo mantenerse callado… Guitarra en mano la cantautora hizo un recorrido por parte de su repertorio, a través del cual la carismática artista de sonrisas y abrazos infinitos logra universalizar lo cubano, con un lenguaje musical desenfadado y a la vez comprometido con los más auténticos atributos de nuestro acervo cultural.

«Es difícil hacer música que perdure. Por eso, no creo que componga música infantil, sino música, porque ya son varias las generaciones que se sienten identificadas con mis melodías», reconoce.

Y hoy Rosa Campo Pérez disfruta de esa cosecha, luego de impulsar una carrera con no pocos obstáculos, pero cimentada a su familia y tierra espirituana.  

«Nací en la calle Cuarta del este, No. 12, del barrio de Colón, en Sancti Spíritus. Soy hija de Renato Campo y Rosalía Pérez, sobrina de Elio Campo, ganadero. Tengo primas que todavía quedan por acá y amiguitas que, como yo, ya son ancianitas», y la última palabra la ahoga en una inevitable carcajada.

Regresa a su niñez, no como cumplido por su visita a la urbe que la vio nacer hace 67 años, sino como necesidad de encontrar respuestas y rencontrarse consigo misma.

«Tierra de leyendas, de bellas mujeres, de grandes patriotas como Serafín, como Serafín…», deja escapar un fragmento de canción tan vibrante como el orgullo que saltan de sus ojos cuando ve llegar a su recibimiento amigos de aquellos años iniciales, cuando Rosa se enamoró perdidamente de la trova espirituana.

«Tengo una particularidad que a muchas personas les llama la atención: “doble nacionalidad”, espirituana-cienfueguera. Me fui de aquí con 24 años y ya suman otros muchos. Cuando digo eso la gente me añade: “Ahora te entiendo”, porque nuestra idiosincrasia no se parece a la de quienes nacen en la Perla del Sur. Nosotros somos más similares a los de la región oriental.

«De Sancti Spíritus siempre me llevo muchas de sus historias bellas, mi primera guitara comprada por mi padre; mis primeras canciones que eran, por supuesto, muy sencillas; el curso emergente de instructores de arte, gracias al cual pude entrar al sistema de Cultura y las enseñanzas de profesores magníficos, como Lourdes Caro, quien me impartió Dirección Coral».

También resguarda con orgullo que en casa le sembraron el amor por la música. Tener un disco de acetato con melodías compuestas para niños era el único aliciente ante las constantes revisiones médicas. Sin imaginarlo, la familia cultivó así una artista inmensa dentro y fuera de los escenarios.

«Fui una niña muy enfermiza, aunque no lo parezca nací antes de tiempo y con bajo peso —otra vez la carcajada se hace cómplice del diálogo—. Mi mamá me convencía de llevarme al médico ya que debíamos ir hasta Santa Clara y allá, antes de llegar a la terminal, me compraba discos de música. ¡Y aquí estaban grandes trovadores! Pero ella creía que en ese momento eran esas melodías que precisaba escuchar. No estaba equivocada y se lo agradezco infinitamente».

Escucha a escucha, intento a intento de poner en un papel los textos que luego tomaron ritmo, creció la Tía Rosa que hoy registra casi un centenar de piezas con su nombre en los catálogos del patrimonio musical de la nación. Basta mencionar Amanecer feliz, Maní... para tararear una y otra vez sus letras.

«Faltan eventos internacionales que visibilicen la música para niños, porque hacer melodías que los atrapen no es nada infantil. Ahora contamos en Cuba con el evento internacional Corazón feliz y es un paso. Nuestra perenne misión es difundir hasta el cansancio lo que hacemos, porque tenemos que convivir con agentes disonantes, contaminaciones más allá de las ambientales, que no son más que todas las expresiones de mal gusto».

—¿Se siente Rosa promocionada?

—Muy poco.

—¿Por qué?

—Creo que esa pregunta se la vamos hacer en la próxima entrevista, tú y yo, a quienes tienen esa responsabilidad, porque realmente es poco lo que se hace en materia de educación musical. Y es preocupante. Cuando la música es buena trasciende. Pero, insisto, la formación comienza en las familias y a través de los medios de difusión.

—Entre tantos reconocimientos, cuelga en su currículo el de Maestra de Juventudes, otorgado por la Asociación Hermanos Saíz (AHS). ¿Justicia a una labor de constante formación u obra de la casualidad?

—Responsabilidad, decoro, honor, agradecimiento y humildad, porque sola no hubiera podido hacer nada. En esos resultados está la cofradía con las familias de muchos niños con quienes he tenido la suerte de compartir mi arte. Miro hacia atrás y digo: el camino ha sido abrupto, fuerte, pero he florecido y crecido en cada una de mis canciones.

Y es que no solo Rosa ha dedicado gran parte de sus años a componer, sino que ha sido guionista, conductora de programas radiales y televisivos, así como líder de proyectos artísticos.

«Como adulta siento que debo promocionar desde todas las vías el rico repertorio musical con el que contamos y el que surge. Ahora mismo estoy involucrada en la musicalización de poemas de nueve escritores cienfuegueros; una labor compleja porque la poesía tiene música propia».

—¿Por qué entre las dos presentaciones en el Teatro Principal decidió encontrarse con los estudiantes de la escuela de arte Ernesto Lecuona?

—Hay que apoyar las formaciones. Estudiar música exige de muchos sacrificios y acompañarlos es también responsabilidad del gremio artístico.

—De todos los premios, incluidos el Cubadisco y los varios obtenidos en el Cantándole al sol, ¿cuál es el mayor?

—Nunca pensé que llegaran tantos. Y más porque nunca resultó mi intención tenerlos, siempre he sido, como me dijeron una vez, una guajirita que llegó a
Cienfuegos —y vuelve la risa estrepitosa. Pero el mayor es el beso y cariño que recibo por las calles cuando un niño se desprende de la madre y se me tira encima, como si yo fuera un parque inflable. También, la permanencia y el reconocimiento de las familias.

Rosa es una apasionada defensora de la música para el público infantil. Foto: tomada del perfil en Facebook de la artista

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