Pese a sus declaraciones racistas, xenófobas y misóginas, Trump obtuvo el voto popular en las recientes elecciones presidenciales. Autor: AFP Publicado: 11/01/2025 | 10:24 pm
Primero tomemos nota, pero echemos a un lado algunos estereotipos habituales y certezas sobre este personaje:
El presidente electo de EE. UU., Donald Trump, es justamente blanco universal de críticas y rechazo, no solo por ser un personaje extravagante, fanfarrón, impulsivo, dado a la confrontación y con ciertos procederes tipo mafioso, un demagogo que acude sin pudor a mentiras y exabruptos. Buena parte de las políticas que propugna o ejecuta también justifican ese rechazo, sobre todo para un observador externo.
Pero se trata de un empresario exitoso, carente de antecedentes y ajeno a los ámbitos de la política convencional, que se reveló como un político hábil. En definitiva, él también es un hombre del sistema, con respaldo de grandes magnates conservadores y de muy extendidas redes y agrupaciones de derecha, y cuenta con bases de apoyo en las zonas rurales. Aun así, parece una figura cuyo trasfondo es difícil de atrapar a plenitud, de describir con precisión.
Emergió exitosamente, coincidiendo con el surgimiento, que ya se producía en EE. UU., de fuertes movimientos conservadores de base popular, sobre los cuales, con el decisivo impulso y el empoderamiento político de Trump y sus enfáticas consignas nacionalistas, conformaron las sólidas bases del trumpismo.
Logró la presidencia en 2016 y nuevamente en 2024 con una eficaz campaña, acaparó titulares, fue siempre centro del debate y dio muestras de gran capacidad para manipular los resentimientos y temores de millones, incluyendo sectores de trabajadores blancos que se sienten víctimas de la globalización.
Para entender mejor al personaje se requiere redimensionar de qué Estados Unidos estamos hablando hoy, sobre todo, los cambios acaecidos en su realidad doméstica. Al margen de lo que los electores sientan de él personalmente, en ambos lados del espectro político reconocen que ser quien siempre ha sido fue una fuerza impulsora en su victoria electoral.
Según estudiosos, Trump ya no es tan tóxico culturalmente como lo fue la primera vez. A muchos estadounidenses les gusta que sea indecoroso y muchos de sus defectos personales, que alguna vez se consideraron desventaja, ahora son fortaleza. Esta vez ganó con la mayoría del voto popular y el definitorio del Colegio Electoral.
Una vez más las elecciones son recordatorios de viejos problemas, de comunidades segregadas sin experiencias compartidas, de las fracturas de la sociedad; sin embargo, el elegido de los estadounidenses tampoco puede sanarlas, si es que ello fuera posible.
El papel y la irrupción de Donald J. Trump en la política estadounidense en los últimos diez años puede analizarse bien desde su figura, su personalidad, o considerando el momento que vive el país, sus muy serias fracturas sociales y políticas, así como, en general, el contexto y búsqueda —por parte de la élite dominante— de una salida a los desafíos y a la paulatina declinación de la primacía estadounidense. Se podría pensar que el presidente electo personifica un proyecto de élite alternativa al modelo en quiebra de hoy.
A dilucidar están sus intenciones de gobierno a lo interno, y las reiteradas afirmaciones e ínfulas de enfrentar y quitar poder al llamado «Estado profundo», sobre todo a las agencias de seguridad e inteligencia, modificar la integración y potestades del aparato judicial, disminuir las capacidades reguladoras de varias entidades gubernamentales, y de arremeter contra quienes lo hostigaron y judicializaron en los pasados cuatro años. También hay que interpretar y considerar los obstáculos para ello y sus posibilidades de lograrlo.
Por estos días, la expresión «Estado profundo» suele aludir a una red de funcionarios públicos que operaría secretamente para impedir que Trump lleve adelante sus políticas; un poder fáctico, cuya permanencia en sus cargos de gobierno va más allá de los cambios de mando presidencial. Se indica a gente que secretamente, en algún lugar, fuera del escrutinio público, en los entresijos de la burocracia, tira de las cuerdas y manipula acontecimientos.
Sin embargo, algunas voces —incluidos exfuncionarios de gobierno— señalan que las acciones complicadas, de descoordinación o conflicto entre instancias del gobierno, las filtraciones y otras no implican la existencia de alguna influencia burocrática significativa en capacidad de actuar contra el Poder Ejecutivo. Sería muy difícil, dicen, por mecanismos de control y equilibrios, como impedimentos a, por ejemplo, el llamado «Estado profundo».
Lecciones de su anterior mandato
Sin embargo, por la experiencia durante su primera presidencia, Trump está convencido de haber sido víctima de deslealtades de muchos de sus colaboradores, y quiere evitarlo ahora a toda costa. Vuelve con una comprensión mucho mejor de cómo funciona el poder en Washington y un mayor sentido de en quién confiar.
Por otra parte, Trump accedió a la presidencia en 2017 sin contar con el respaldo de lo más rancio e influyente de la élite del poder y, en mi concepto, algunos de los inconvenientes y zancadillas que padeció eran, sin duda, un reflejo de eso. Por su parte, explica esas situaciones centrándose en defectos y deslealtades que, efectivamente, ocurrieron y que habrían frustrado algunas de sus ambiciones políticas de entonces.
No obstante, Trump completó su agitada gestión con logros y fracasos; pero perdió la reelección, nunca admitió la derrota y acudió a enmascararla con la acusación de fraude electoral. Utilizó a su favor sus varios líos judiciales, que calificó como una maniobra sucia de persecución política por parte del gobierno demócrata.
Trump y sus actuales empeños
El Departamento de Justicia, el Pentágono y las agencias de inteligencia fueron las tres áreas del gobierno que demostraron ser las trabas e impedimentos más tenaces en su primer período presidencial.
En un acto de campaña realizado en septiembre de 2024 llegó a afirmar que si llegaba nuevamente a la Casa Blanca expulsaría «a los belicistas de nuestro Estado de Seguridad Nacional y llevaré a cabo una limpieza muy necesaria del complejo militar industrial para detener la especulación con la guerra y poner siempre a Estados Unidos en primer lugar».
La tónica de los elegidos para su gabinete es reveladora; parecen ser muy molestas para el establishment: leales a la persona de Trump, no a una causa ideológica, lo cual supone que preservará la mayor autoridad y evitará las infidelidades y zancadillas de entonces.
Al elegir a sus lugartenientes para dirigir el Departamento de Justicia, el Pentágono y las agencias de inteligencia, Trump ha dejado de lado las figuras del poder establecido que él mismo instaló en esos puestos hace ocho años, favoreciendo aliados incendiarios con currículos poco convencionales, cuya cualificación más importante puede ser la lealtad.
Ha creado el Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE), a cargo del multimillonario Elon Musk. Le asesorará en el recorte de agencias y funcionarios en su guerra contra el «Estado profundo», la «deconstrucción del Estado administrativo» y del exceso de regulaciones burocráticas.
El nombramiento de la exrepresentante demócrata progresista Tulsi Gabbard como directora de Inteligencia Nacional apunta en esa dirección, en lo referido a los poderosos aparatos de seguridad. También su propuesta de nombrar a Kash Patel, un ferviente defensor de MAGA, para dirigir el FBI, aparece como la punta de lanza de la intención de utilizar los tribunales para perseguir a sus supuestos enemigos en los medios y en el Capitolio.
Trump asumirá el cargo el 20 de enero; varios de esos nombramientos deben pasar la prueba de ser aprobados por el Senado. Los republicanos tienen mayoría allí, pero entre ellos sigue habiendo un puñado aferrado a los días en que el partido estaba en manos de hombres en quienes la clase dominante podía confiar.
No obstante, muchos en cargos de gobierno y miembros de la actual nomenclatura del partido Demócrata serán remplazados. Las políticas establecidas ya otorgan al presidente «muchos más nombramientos políticos de los que permite la mayoría de los demás países ricos»: alrededor de 4 000 puestos.
Intentará purgar el sistema legal y revertir contra el propio establishment la guerra jurídica que se aplicó en su contra. No solo se retirarán los cargos contra él, sino que presentará acusaciones contra sus enemigos, llegó a decir que nombraría un fiscal especial para investigar a Biden.
Ahora bien, será más complejo y está por verse si podrá confrontar con éxito a esas poderosas fuerzas establecidas en todos los ámbitos y la posibilidad real de empoderarse hasta el punto de iniciar tales empeños. Como se expresaba en un artículo consultado, será una batalla con final abierto.
Decía el analista británico Alastair Crooke: «Estados Unidos se ha desintegrado en muchos feudos dispares, casi principados, desde la CIA hasta el Departamento de Justicia. Y también se han implantado “agencias” reguladoras para preservar el control de la nomenclatura sobre la savia del sistema».
Inducir a estos adversarios ideológicos a pensar de una manera nueva, o a doblegarse ante su empuje, no será sencillo para Trump. Descabezarlos tampoco. Podría ser un choque de trenes o quedar todo en la nada.