Rihanna en La Habana Vieja figurando para Vanity Fair; varios artistas de la plástica adornando las calles con su obra. Y decenas de deportistas, científicos, académicos... seguramente piensan saltar el charco y visitarnos. Norteamericanos y norteamericanas de todas las profesiones y tendencias se dan codazos por venir a Cuba, y nuestros medios apenas alcanzan para cubrir todo el intercambio, el súbito brote de mutuo interés que solo ahora puede ponerse de manifiesto. Porque la bilateralidad también se está cumpliendo, y por centenares se cuentan los cubanos que visitamos Estados Unidos en los últimos días, y allá nos han sometido a interrogatorio sobre las playas, la gente, el mojito, las comunicaciones, el calor, la aduana, los lugares imprescindibles…
Sin embargo, los deslumbramientos y la desinformación hacen mella en las dos orillas. Pude constatarlo en un viaje de siete días, por Boston y Chicago, en contacto sobre todo con profesores universitarios de las asignaturas relacionadas con mi área de experiencia, es decir, los medios, el cine y la televisión. Una profesora muy seria me inquirió sobre «la medida» que prohibía a los norteamericanos, específicamente, bañarse en las playas de la Isla. Otros, los que más lejos han llegado en el «descubrimiento» del cine cubano vieron Fresa y chocolate e ignoran los 20 años anteriores y posteriores al estreno de un filme del que tienen noticias solo porque estuvo a punto de ganarse el Oscar. Y quienes adoran la música cubana creen conocerla a fondo porque poseen el documental (y el disco) Buena Vista Social Club, o les encanta el desenfado criollo (latino, dicen ellos) de Pitbull y sus frases intercaladas en castellano de Cuba.
Del lado de acá, cuando regreso, veo en televisión, en programas musicales y de divulgación, las entrevistas a varios creadores del patio y percibo el alarde de provincianismo de algunos comunicadores nuestros que presentan los triunfos en Estados Unidos como la cúspide, la consagración, el sueño cumplido, porque París, Ciudad de México, Tokio o Buenos Aires no son nada en comparación con «el Yuma» y su parafernalia mediática, glamorizante y comercialista. Pareciera que un baño de aplausos en Miami o Los Ángeles basta para borrar todo cuestionamiento o duda razonable sobre talentos y autenticidades. Comprensibles resultan las sorpresas y el encantamiento mutuo, pero el éxtasis debiera ser solo momentáneo, coyuntural (a mí también se me «partió» el cuello, durante unos segundos, mirando la altura de los rascacielos en Chicago) y separarse de la parálisis intelectual que sobrevalora, tiende solo a ponderar e ignora matices o necesarios criticismos.
La imagen Cuba, para millones de norteamericanos jóvenes, se relaciona con la gigantesca popularidad del sonido típico generado por ese cubanoamericano, mago de los negocios, llamado Armando Christian Pérez, más conocido como Pitbull, quien por estos días instalará una estrella con su nombre en el Paseo de la Fama de Hollywood. Propietario del vodka Voli, asociado con muchas otras marcas de perfume y de diversos productos, vestido siempre con impecables trajes, lo cual contrasta con sus gestos callejeros y su tipo de chico malo, Pitbull declaró recientemente a la revista Nexos que para instalarse en el medio musical hace falta un diez por ciento de talento y un 90 de habilidad para los negocios. (Pobres cubanos ingenuos a quienes nos enseñaron que en cuanto a música lo más importante era el talento, o al menos un 50 y 50 respecto a la habilidad para hacer negocios).
El primer álbum de éxito de este miamense nato se tituló precisamente Money Is A Major Issue (M.I.A.M.I.) y muchos aseguran que la popularidad del artista tiene que ver con los gestos y el lenguaje provocativo, en el límite de lo soez, que ha impuesto como un supuesto sello de cubanía, incluida la palabra «Dale», que incorpora en muchas de sus presentaciones. El nuevo álbum de Pitbull se titula Globalization, y simboliza como ningún otro ese cumplimiento del sueño americano (visto desde el ángulo de percepción de ciertos emigrados cubanos) que promete para los elegidos el poder y la gloria, es decir el dinero, porque según la revista People with Money, Pitbull ganó 46 millones de dólares solo en 2014, incluyendo propiedades y contratos publicitarios.
Para sostener el imperio Pitbull es necesario que el espectacular showman mantenga un ojo puesto en aquellos ancestros capaces de proporcionar las muy calculadas dosis de sensualidad y barrioterismo, y así el video que muestra su actuación con Jennifer López registra millones de visitas en Youtube porque a alguien interesado en la publicidad de ambos se le ocurrió detectar una supuesta erección en el momento en que la boricua americana y el cubano americano bailaban pegaditos. Para muchos, dentro y fuera de Estados Unidos, eso somos Cuba y los cubanos: machismo, sexo, música... Por esa razón, Pitbull ha dejado de llamarse Mr. 305 (en alusión al código telefónico de Miami) para nombrarse ahora Mr. Worldwide.
Por ello Rihanna se hizo esas fotos (que le darán la vuelta al mundo) en un bar desvencijado, donde vendían ron peleón, del malo, rodeada de edificios en ruinas y almendrones de los años 50, porque para competir con la elegancia vocinglera y sofisticadamente vulgar de Pitbull, se impone recrear una imagen más poderosa y fresca: la princesita triunfante que se «arriesga» a penetrar en un terreno primitivo, pintoresco y solariego. Esta y otras muchas imágenes de Cuba, inexactas, parciales, lucrativas, comenzarán a poblar el imaginario norteamericano, e incluso rebotarán en Cuba como si no fueran nuestro propio retrato visto en un espejo convexo.
Solo nos queda desear, y tal vez incentivar de algún modo, la proliferación de reflejos más exactos sobre lo que somos nosotros y son ellos a uno y otro lado del Estrecho. Si al final logramos la cercanía respetuosa y desprejuiciada, dentro de un par de años nadie preguntará en Estados Unidos si es cierto que los norteamericanos tienen prohibida la entrada en las playas cubanas, ni habrá animadores de televisión en Cuba que presenten el triunfo de los nuestros en Norteamérica cual si se tratara de un viaje de ida y vuelta al séptimo cielo.