Era exuberante, desbordada, cuando hablaba de un libro. Le iba la vida en contártelo. Hizo suya la frase de un amigo: «¿Cómo respiras si no lees?», y cuando te la soltaba, como estacada magistral, no te quedaba otro remedio que correr irremediablemente a buscar el libro.
Ella me descubrió a Toni Morrison y a Carson McCullers, mujeres insumisas como ella. Los volúmenes iban y venían de cualquier parte del mundo. Creó en su biblioteca personal una Gaboteca Nobel, un paquete de títulos de García Márquez, que se abrían como un regalo.
Ella hizo de los libros un culto, un ritual.
Marta no solo los devoraba, sino que los hacía. Era detallista, exquisita, para encontrar la imagen, para poner la línea, para idear el símbolo, para evaluar la letra. Más de cuatro décadas en la Editorial Orientela convirtieron en una experta. La colección Heredia y la Colección Mariposa, para la poesía y para la literatura femenina, llevan su inconfundible marca.
Trabajé con ella en el renacimiento de las Ediciones Caserón en la Uneac santiaguera, que me habían confiado dirigir. Su casa era nuestro taller. De allí salieron revistas y libros levantados casi por obra del milagro, el que hace la creación frente a las carencias.
¿Cuántos libros pasaron por sus ojos, por sus manos? ¿Cuántos autores le agradecieron, le abrazaron, le escribieron unas dedicatorias para la antología?
Le pedí acompañarme en el volumen La noche más larga, las memorias del huracán Sandy, aquel que se abatió inmisericorde sobre la Ciudad Héroe en octubre de 2012. Ella diseñó el libro de manera magistral desde la primera letra hasta el punto final, con sus dobles páginas, con sus fotografías voladas.
Siempre contaba, con auténtico orgullo, cómo Joel James, uno de los más grandes pensadores de la contemporaneidad en la Isla, le dejó saber de su puño y letra cómo sentían «similares angustias por la cultura cubana». Cómo su encuentro providencial con Nicolás Guillén, le granjeó su letra en El gran zoo. Cómo Roberto Fabelo hizo unos apuntes sobre su figura.
Marta Caridad Mosquera Rosell (29 de julio de 1948-4 de mayo de 2025) vivió en medio de la cultura y cada responsabilidad asumida la tomó en serio. Ella empujó el diseño un escalón arriba: nos hizo aquilatar las sutilezas de un logotipo, el esplendor de un cartel, la exigencia del diseño escénico, la historia del vestuario mambí, la hermosura «espectacular» del libro de arte.
Suya es la identificación de la Feria Expocaribe, suyo es el estudio y la propuesta de la espada de Santiago Apóstol como símbolo de Santiago de Cuba, una espada ligada a la historia, a la fertilidad de la tierra, curva como sus montañas. Tal vez sea el momento de examinarlo definitivamente: Santiago es más ciudad de espadas que de escudos.
Marta recibió en 2012 el Premio Nacional de Diseño del Libro. «Todo se diseña y todo es diseñable», repetía. Así lo demostró en numerosas exposiciones. Solo hay que mirar, como nos diseñamos al vestirnos y combinarnos, como todo lo que nos rodea tiene un tono, un tamaño, una forma que hubo que pensar antes.
Me encantaban sus invitaciones a compartir la mesa: distribuía colores y proporciones, distancias y objetos, como si nos fueran a filmar. Y luego llegaban las confidencias, los proyectos. Firmaba muchas veces sus mensajes, junto a su hija Joanna y a su nieta Malú, como Las tres mosqueteras. Marta Mosquera es un sello de la cultura cubana. Y su vida, el libro más hermoso que diseñó, desde sus mismísimas entrañas.