¿A quién le teme Japón? Unos dicen que a Rusia, otros que a China, y algunos afirman que solo quiere estar a la altura de la sutil carrera armamentista que se está dando en la región del Asia-Pacífico. Sin embargo, el asunto parece estar sustentado por un móvil económico.
Cuando hace unos días atrás, 25 000 japoneses rodearon el Parlamento para demandar el renacer del militarismo en su nación no hacían más que intentar frenar la nueva doctrina militar del primer ministro Shinzo Abe.
Los manifestantes salieron a defender el pacifismo, que les ha servido para cohesionar a su sociedad en los años de la posguerra. Legalmente esto se refleja en el artículo 9 de la Carta Magna, el cual postula «la renuncia para siempre a la guerra como derecho soberano de la nación y a la amenaza o al uso de la fuerza como medio de solución en disputas internacionales»; para ello «no se mantendrán en lo sucesivo fuerzas de tierra, mar o aire como tampoco otro potencial bélico. El derecho de beligerancia del estado no será reconocido». De ahí que los opositores hablen del carácter inconstitucional de la nueva doctrina.
Contrario a quienes argumentan que esta fue una de las imposiciones a las que los sometieron los vencedores tras la Segunda Guerra Mundial, este artículo fue iniciativa de los propios japoneses. El objetivo era proteger al emperador —núcleo civilizatorio de la nación— de un intento de abolición del trono y la posibilidad de que se le juzgara por los crímenes de guerra.
Refrendando en la Constitución tal voluntad soberana, la monarquía japonesa se salvaba de la extinción. Luego de esto el país se refundó como una democracia parlamentaria, pero la familia imperial se mantuvo como símbolo del país.
El pacifismo permitió a Tokyo redireccionar toda la ayuda económica llegada desde EE.UU. y sus recursos propios en función del desarrollo tecnológico, de ahí que no sea casual que esta nación sea hoy puntera en el campo de las ciencias. Pero con el transcurrir de los años, principalmente en las tres últimas décadas, la situación con respecto a la producción armamentística ha venido cambiando sustancialmente.
El punto de inflexión más significativo suele identificarse con el 11 de septiembre de 2001, cuando el propio Washington se interesó por el apoyo de Japón a la lucha internacional contra el terrorismo. Desde entonces son frecuentes las noticias en las que se informa sobre ejercicios conjuntos entre ambos países y la creciente modernización del arsenal nipón. Recordemos también que varias tropas niponas participaron en operaciones en Iraq y Afganistán, y que los yanquis han utilizado a este país como punta de lanza contra Rusia y China, en especial contra esta última por su empuje económico y militar.
Pese a sufrir un estancamiento económico a inicios de los 2000, con lo cual se redujeron los gastos en la compra de armamentos y muchas empresas locales tuvieron problemas financieros, el panorama es totalmente distinto hoy. El país del Sol naciente es el sexto país del mundo en cuanto a gasto militar.
De este modo, encontramos a los parlamentarios discutiendo las posibles reformas de diez leyes que regulan el marco legal de la antigua doctrina pacifista, a fin de permitirle al ejecutivo enviar tropas al exterior y suministrar material bélico a sus aliados.
Para aminorar las críticas de la oposición, Abe ha asegurado que en caso de enviar tropas al exterior nunca serían en conflictos comprometedores para la vida de sus militares, además de que el Parlamento contará con amplias facultades para impedir tales despliegues.
Claro, esto último parece un chiste de mal gusto, pues el Partido Liberal Demócrata, liderado por Abe, posee la mayoría en el legislativo. Además, a toda la clase dirigente le conviene ver engrosadas sus arcas con el negocio de las armas.
Los grandes consorcios industriales japoneses quieren sentarse a la mesa del mercado mundial de armamentos, uno de los negocios que más ganancias reporta a EE.UU. y Europa. Para ello, se percataron de que los mayores ingresos los obtendrán en su propio patio y no en el extranjero, donde ya tienen fuertes competidores; es decir, sería el propio gobierno el interesado en comprar las armas de sus compatriotas y no las norteamericanas o europeas.
Así vemos nuevamente cómo los intereses de las oligarquías nacionales se colocan por encima de los populares. Ellos parecen haber olvidado los tres millones y medio de muertos que tuvieron en la Segunda Guerra Mundial y el dolor que aún guarda el pueblo. Sin dudas, las protestas continuarán. Solo queda esperar los resultados del referéndum que sobre el tema prepara el ejecutivo.
Tal vez sea infundado el temor del renacimiento del imperio que hace 70 años invadió buena parte del Asia Oriental, porque si el asunto es llenarse los bolsillos, pues que vengan las guerras. Esta es la nueva doctrina militarista de Tokyo.