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¡Si Bobby Salamanca lo hubiera sabido!

Lázaro Santana cuenta sus secretos para lanzar con un buen control en el béisbol y ofrece otros consejos sobre el arte de dominar bateadores a las futuras generaciones de pícheres en nuestro país

Autor:

Mario Martín Martín

No puedo afirmar, de manera categórica, que es un error lo que desde hace bastante tiempo reglamentó la Comisión Nacional de Béisbol en cuanto al número de envíos que puede realizar un tirador y su obligatorio descanso entre una actuación y otra.

Para ello debería acudir a una investigación profunda para demostrar la percepción que tengo sobre el asunto, pero que me disculpen los que sí han estudiado el tema, pero soy de la opinión que el prescindir en un juego de una figura clave no favorece en nada al espectáculo. Pero eso tal vez sea tema de un posterior trabajo.

Hoy les traigo el diálogo que sostuve con Lázaro Santana Herrera, uno de esos serpentineros que en su momento hicieron verdad una hipótesis de Juan Ealo, un reconocido técnico cubano del deporte de las bolas y los strikes: «Lanzar y lanzar es la mejor fórmula para adquirir control en los envíos y convertirse en un buen pitcher».

— ¿Cuánto hay de verdad en que no pocas de tus 140 victorias en series nacionales fueron cuando ya afrontabas dolores en el brazo de lanzar?

—Desde luego que la mayoría fueron con mi brazo en perfecta forma, pero ya en los últimos años casi siempre terminaba los juegos que no podía ni peinarme.

—¿Pero tiene que existir algún «secreto» para convertirte en un buen lanzador a pesar de los dolores?

—Entrenaba como un loco. Corría mucho. Algunos, todavía hoy, no me creen que, en ocasiones, lo hacía desde el poblado de Venezuela hasta Ciego de Ávila (unos 13 kilómetros). Yo veo que los tiradores actuales toman las carreras diarias como un castigo. Pedrito Pérez, que para mí es lo más grande, si de entrenamientos de picheo se trata, un día me dijo que lo primero para un pícher era correr y lo segundo... correr y por último... correr.

«Es sencillo. Si tú tienes piernas fuertes, el brazo te lo va agradecer, porque el control no se compra en las farmacias, ni se obtiene con las recomendaciones de los técnicos. Para poner la bola donde se quiere hay que ejercitarse mucho y tirar casi todos los días. Uno le dice eso a los muchachos nuevos y tal parece que toman el consejo como “cosa de viejos”. Y yo digo que viejos se van a poner ellos dando casi diez bases por juego, si no se deciden a correr con intensidad».

—¿Crees que en tu caso se excedieron con la cantidad de trabajo?

—Es que los extremos son malos. Por ejemplo, le lancé, en una subserie, los tres partidos a Industriales en el Latino; pero, además, hubo campañas en las que cumplí funciones de abridor, relevista largo, intermedio y cerrador. Claro que todo eso el brazo tiene que sentírselo. Ahora mismo, y tú tal vez te vas a reír, a los 75 años de edad, aún me duele. Pero también es verdad que ahora se cuida demasiado a los serpentineros. Tanto los protegen que sus brazos parecen guardados en una urna de cristal. Muchos de los lanzadores que trabajan pocas entradas durante la Serie Nacional luego no intervienen en la provincial. ¿Y tú crees que se puede dar strike si pasas tanto tiempo sin tirar?

—El calificativo de Brazo de Hierro, ¿fue originado por esos dolores o porque lanzabas con mucha frecuencia?

—Si el gran comentarista Bobby Salamanca, quien fue el autor de ese apodo, se hubiese enterado de mis dolencias, tal vez no me lo habría puesto. Cuando se lo escuchaba, yo me decía para mis adentros: «Si tú supieras, si tú supieras...»

—¿Por qué aquella insistencia tuya de lanzar pegado?

—Eso es otra cosa que la mayoría de los tiradores de hoy no quieren entender. Batear es lo más difícil que existe en la pelota y uno tiene que aumentar más esa dificultad. El Gigante del Escambray, Antonio Muñoz, dijo en una entrevista que fui el que más pelotazos le dio en su carrera deportiva.

«¿Tú crees que yo le iba a permitir a un bateador de sus características sacar los brazos con comodidad? Y si un lanzamiento se me iba un poquito más que pegado, pues bueno, que me disculpara Muñoz, pero prefería eso a ver pasar la bola a “mil pies” por encima de la cerca del jardín derecho».

Nadie pone en dudas que el control llevó a Santana a codearse con los mejores lanzadores del país. Su velocidad no era aterradora, pues no sobrepasaba las 90 millas, ni tampoco fue alguien que tuviera un arsenal de «envíos extraños».

«Hay quien piensa que es como tirar piedras para el home, que si tienes “un mundo en la bola” ya todo está resuelto. A mí me hubiese gustado ser un lanzador de 90 millas, no obstante, le digo a los jóvenes que con una terrífica velocidad, pero sin control y sin pensar a poco podrán aspirar en esto. A mí no me quedan dudas de que lanzar es un arte».

—¿Qué hay de cierto en que estando en los entrenamientos del equipo Cuba, cuando viajabas a Ciego de Ávila te arriesgabas a lanzar en el campeonato provincial?

—Para mí jugar béisbol era una fiesta. Si no podía lanzar, jugaba en el cuadro, algo que comencé a hacer desde la categoría juvenil. Un día alguien me dijo que nadie me iba a agradecer si se me jodía el brazo en una de esas escapaditas de la preselección cubana a la serie provincial. Y le respondí que no jugaba al béisbol para que me agradecieran.

Santana me contó muchas anécdotas y no tuvo reparos en reconocer que el capitalino Pedro Medina le bateaba a sus anchas, pues nunca supo qué envíos tirarle para dominar a quien fue también uno de sus compañeros en el equipo Cuba.

También me dijo que se sentía a gusto cuando lanzaba con Juan Castro en la receptoría y que, aunque respeta las nuevas novedades técnicas del béisbol, no es de su agrado que prácticamente haya desaparecido la elegancia de los serpentineros, pues ya es raro ver aquellos movimientos de impulso en el box. «Yo me enroscaba al lanzar y era una forma de esconder aún más la bola».

—Si tuvieras que elegir, de tu paso por el béisbol, un momento inolvidable…

—La primera vez que uno viste el uniforme del Cuba nunca se olvida. Y en mi caso sucedió en 1969, en el Mundial de República Dominicana, y más que allí alcanzamos el título. Todavía tengo clarito, clarito, en mi memoria aquellos momentos de alegría tras el jit del Curro Pérez en el octavo inning que nos dio el título ante los norteamericanos. ¡A quién se le va a olvidar eso!

Lázaro Santana fue uno de los lanzadores más controlados en nuestras series nacionales. Foto: Archivo de JR

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