Queda poco tiempo para el día señalado. La ansiedad, la tensión, el miedo... Emociones y sensaciones en función de ese momento. Para algunos, la barrera se llamará Tesis; para otros, Prueba Estatal. Todos, sin embargo, saben que se enfrentan a la delicada línea tras la cual quedarán lejos los años de estudiante universitario y comenzará la vida de trabajador, con orgullo y todo para firmar como licenciado o ingeniero.
Asombro en unos, incredulidad en otros, origina la aseveración de que si las personas que manipulan los alimentos se lavaran las manos, al menos cuatro veces durante el día, disminuiría el contagio de posibles enfermedades en más de un 50 por ciento.
Hace unos días Grecia declaró que no podría efectuar su próximo pago mensual de la deuda al FMI por no contar con fondos para ello. El primer ministro, Alexis Tsipras, afirmó que su país cumplirá con los acreedores, pero que no aceptará condiciones humillantes para su pueblo. Aun así, muchos analistas ya consideran que tarde o temprano Atenas declarará el impago total.
El día en que una de las pequeñas colmeneras (su nombre es parte del secreto) se acercó al oído de su amiga y le dijo: «No llores más, que yo te quiero», y se guardó para sí la verdad de que acababa de defenderla de los señalamientos de una de sus profesoras, echándose la culpa a sí misma, Tin supo que ya habían entendido la idea del bien martiano que tanto trataban de hacer suya.
Sin las raíces ningún árbol puede sostenerse, como no lo puede hacer ninguna nación sin su historia, su cultura y tradiciones. El pasado es quien justifica el presente de un pueblo, y a la vez lo que marca las pautas para el futuro; es de donde tomamos experiencias, buscamos ejemplos, de donde extraemos el basamento de nuestras conductas como ciudadanos solos o como actores de una sociedad.
La reciente crónica publicada por el periódico Trabajadores denunciaba el abandono existente en los almacenes de libros de la Universidad de Pinar del Río, con puertas y ventanas abiertas a sol y sereno, además de los vientos y lluvias torrenciales característicos de un clima tropical. Sabemos, por otra parte, que el período especial tuvo inevitable reflejo en la atención necesaria a las bibliotecas públicas. En ocasiones, iniciativas carentes del debido asesoramiento convirtieron en pulpa, por supuesta obsolescencia, publicaciones valiosas. No podemos olvidar tampoco que muchas bibliotecas del país conservan fondos patrimoniales de gran importancia. Sin embargo, la era digital no ha decretado todavía la muerte del libro. En los países centrales, dueños de las más recientes tecnologías, estos recursos se orientan a facilitar el acceso a los lectores mediante una multiplicación rápida y eficiente de servicios.
«Hay ron». El cartel, bien pintoresco, salta a la vista, y uno mira hacia el interior de la maltrecha bodega con la esperanza de que otro anuncio le haga más honores. Pero ni siquiera hallamos un pequeño papel que reivindique, digamos, al arroz liberado (no importa que se encharque al cocinar), o al detergente líquido, a veces liquidísimo... «Hay ron». Y es, en apariencia, lo único que vale.
A los 14 años de edad estamos ocupados en mil cosas. Tal vez los estudios sean el foco de atención, la reunión con amigos, evitar las broncas de mamá. En más casos de lo que debiera a lo largo del planeta, es prioritario también no llegar tarde al trabajo, porque de ello depende el sostén de la familia.
Cuando matriculé Filosofía y Letras, el plan de estudios incluía, en el primer año de la carrera, un curso de Geografía Física. Teníamos maestros eminentes: Salvador Massip y Sara Ysalgué entregaron su vida entera a la investigación y desarrollo de la materia que entonces enseñaban. Con el andar del tiempo, la asignatura había ido adquiriendo un halo terrorífico que los veteranos se apresuraban a transmitir a los recién llegados. Para colmo, las clases se ofrecían en el primer turno de la mañana.
Berlín, febrero de 1945. El coronel Maxim Isaiev —el oficial alemán Stirlitz, como se le conoce entre la élite fascista— camina con paso ágil en busca de quien lo espera. Al llegar al punto de encuentro, se detiene bruscamente. Nunca imaginó encontrar a una mujer robusta, con algo plástico en la mano semejante a un bastón, vestida con saya larga, blusa de cuello amplio y sin mangas. La imagen de la fémina rompía con lo conocido. Parecía salida de otro planeta. Mientras esto pasaba, Matilde González Quesada sonreía. Solo ella sabía cómo y por qué era el encuentro.