Julio es un mes pródigo en efemérides históricas. La Toma de la Bastilla desencadenó una explosión de ideas que animaron las ansias libertarias en los países europeos sometidos al dominio de los imperios de la época. Del otro lado del Atlántico, las demandas de libertad, igualdad y fraternidad tomaron cuerpo en las luchas por la independencia de la América Latina. Hubo algo más: el decreto de abolición de la esclavitud, anulado más tarde, sembró semilla en el proceso de transformación.
El asalto al cuartel Moncada el 26 de Julio de 1953 señaló el inicio de la Revolución Cubana, repercutió en nuestro continente y nutrió el amplio movimiento anticolonial emergente en los años 60 del pasado siglo. Su resonancia ideológica propició un cambio de mentalidad. La resignación fatalista cedía ante la posibilidad de hacer, de unir voluntades en torno a un programa emancipador. Cinco años antes del triunfo de enero de 1959, el intento reformista guatemalteco de Jacobo Arbenz fue aplastado por la intervención directa del imperio, que sumió al pequeño país en décadas de horror.
Siempre se han atribuido funciones distintas, a la práctica de las armas y las letras. La diferencia estriba en el ejercicio mercenario de la guerra, no exento a menudo de valentía personal, y los estrategas que conjugan la acción militar como vía propiciatoria de transformaciones económicas, sociales y políticas de gran alcance. Libertador de medio continente, Simón Bolívar convocaba a sus seguidores con el prestigio adquirido con su arrojo y la autoridad del hombre que formuló un ideario con perspectiva latinoamericana. Las excepcionales cualidades militares de Antonio Maceo dejan en la sombra al pensador volcado hacia un proyecto de república. Algo semejante puede decirse de Ignacio Agramonte, héroe de Jimaguayú y defensor acérrimo de sus ideas constitucionalistas.
Guerrillero Heroico es el epíteto asociado a la personalidad del Comandante Ernesto Che Guevara. Así fue. Sacrificó su vida en la lucha por una idea. El análisis y la reflexión lo acompañaron en todo momento. Encontró en su diario al íntimo interlocutor necesario para dar cauce a sus ideas. En notas brevísimas, el lector atento encontrará las huellas del espíritu analítico en constante alerta, premisa de su bien conocida actitud crítica ante los acontecimientos. La experiencia se convertía en aprendizaje creador. El conocimiento de la América concreta y la amarga frustración guatemalteca lo llevaron a la revolución. El trasunto humano de la práctica le hizo comprender que la formulación de un proyecto requería una base teórica. Mantuvo la disciplina del estudio aún en las circunstancias más difíciles. Ante los libros, sostuvo también un debate crítico. Disciplinado, no renunció a la inconformidad, acicate para el avance en la superación de los problemas, fuente de creatividad. Su pensamiento evolucionó, aunque no renunció a su convicción esencial, centrada en el reclamo de transformar al hombre protagonista de los cambios sociales.
En los años ‘80, el compañero Fidel reclamó la urgencia de reivindicar el papel del Che como pensador. Sin embargo, la historia andaba demasiado rápido. La supervivencia reclamaba todos los esfuerzos. Mientras tanto, el péndulo de la contrarrevolución, sostenido por el capital financiero, complementó los preceptos de la economía neoliberal con el mensaje ideológico muy elaborado y a la vez convertido en receta elemental utilizable por los poderosos medios de comunicación.
El panorama internacional y la todavía dispersa izquierda latinoamericana exigen una reactivación del pensamiento, junto a un rescate analítico de los referentes fundamentales. Se impone asumir, a la luz de la contemporaneidad, el hilo conductor del pensamiento de Fidel. Los compromisos del estadista y el cúmulo de tareas y responsabilidades a lo largo de tantos y duros años de gobierno, no concedieron el reposo indispensable para sistematizar ideas en textos orgánicos. Pero la reflexión creativa y el estudio permanente persistieron en medio del más ingente trabajo.
El pensamiento de Fidel se forjó a partir de la necesidad de afrontar los problemas de la nación teniendo en cuenta una ancha y compleja visión de las contradicciones históricas fundamentales en el plano internacional. Ese modo de observar la realidad le venía dado por su intenso diálogo con el pensamiento martiano, por el análisis cuidadoso de los procesos emancipatorios y el conocimiento de la situación económica y social de la isla a mediados del siglo XX. De ahí la capacidad de subordinar movimientos tácticos atemperados a las coyunturas con respecto a ciertos principios inclaudicables.
Martí organizó la guerra necesaria con plena conciencia de un propósito que sobrepasaba, en su dimensión, al triunfo sobre la metrópoli española. Consciente también de las fuerzas en conflicto, del actuar y de las formas de dominio del imperio, así como de los vínculos entre dependencia y neocolonia a escala del mundo periférico, Fidel sabía que el derrocamiento de la dictadura resultaría un primer paso en un combate que abarcaba varios continentes. Desde el promontorio de la Isla, en función de sus legítimos intereses, asumió la voz del mundo subdesarrollado. La realización del proyecto implicaba romper ataduras económicas y sentar las bases de un pensamiento científico. Sus ideas mantienen plena vigencia en el panorama de la izquierda latinoamericana. Imbrican economía, sociedad, cultura y educación.