Probar. Sentirse «bien». Atreverse a lo impensable. Ser como otros. Olvidar. Burlar las reglas…
Te dice maleducada por no corresponderle su «delicadeza», vuelve a ofenderte como la primera vez, te persigue unos metros más, casi parece que se atreverá a tocarte… Pero apuras el paso. Es de día, el lugar es concurrido y no osará hacerte nada. Lo ha concebido solo como diversión; puede que ya esté preparando el próximo «piropo». Y para ti, bueno, fue un típico mal momento de los que te tocan cada día.
El último recuerdo que tenía del hospital de Las Tunas era el de mi hermana Kenia mientras declamaba en un acto por uno de los aniversarios de la institución, y la visita a un amigo en terapia intensiva una tarde triste de noviembre.
Fruto de la Enmienda Platt, la Base Naval de Guantánamo se ha erigido desde sus orígenes en un rincón oscuro. Desde enero del año 2002 y como parte de una supuesta guerra contra el terrorismo por el Gobierno norteamericano, ese lugar se trocó en prisión para confinar y «enjuiciar» a ciudadanos que ni siquiera son de la nación que imparte «justicia».
Llueve. El calor abruma. Entramos en el verano tropical, tiempo de vacaciones en nuestro hemisferio. El mar es un imán que llama al disfrute del chapuzón en la costa.
Hay días en que lo recuerdo, como también es verdad que nunca pude darle un apretón de manos, ni besarlo, ni encontrarlo al llegar a casa, ni sentir su calor. No ha hecho falta, porque como decía la poeta Anne Sexton, «No importa quién fue mi padre. Lo importante es quién recuerdo yo que fuese».
De todas las pertenencias de Ramón, el fuete era, probablemente, la más temida. Tenía en realidad muy poco de látigo y mucho de magia, porque el yarey, tejido a manera de soga, se había desflecado con el desgaste del almanaque y acaso causaba mayor impresión el delgado palo sujetador que la misma «correa» campesina.
A la finca La Anita, en el poblado espirituano de Guasimal, arribaron en junio de 1915 cerca de un centenar de hijos de las más ilustres familias de la sociedad yayabera de la época. Escasos carros, junto a carretones llegados desde la villa, se cobijaron bajo la sombra de la frondosa arboleda que ofrecía la bienvenida en la casona de Don Juan Ordaz, un reconocido hacendado de la localidad.
Acordarse de Santa Bárbara cuando truena es un mal hábito que la sabiduría popular ha referenciado en un viejo dicho que remite a esa manía de atender siempre a lo que más apremia, aunque muchos asuntos urgentes y necesarios merezcan nuestro concurso.
La primera vez que la vi llevaba puesto un sombrero para protegerse del fuerte sol que caía sobre la tribuna. Pero sus labios, finamente pintados, y su blusa sencilla delataban a una mujer esplendorosa, que a pesar de la edad y las horas de pie se mantenía firme y risueña, con una mística que irradiaba a todos.